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Evangelio de hoy + breve explicación teológica

16 de septiembre: Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires
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Texto del Evangelio (Jn 17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura (…)».

San Cornelio, papa (+253), y san Cipriano, obispo (+258), mártires

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy festejamos a estos dos santos que se opusieron a las herejías de su época, hasta dar la vida como mártires. Cornelio significa “fuerte como un cuerno”, precisamente la actitud que mantuvo ante la herejía de Novaciano (el antipapa, que defendía la “Iglesia de los puros”, negando el perdón a quienes habían pecado renegando de la fe durante las persecuciones).

Entre los que apoyaban al papa Cornelio estaba san Cipriano, el primer obispo africano mártir. Su fama está vinculada tanto a la producción literaria como a la actividad pastoral. Después de la persecución cruel del emperador Decio, Cipriano tuvo que esforzarse por restablecer la disciplina en la comunidad cristiana: muchos fieles habían renegado ante la prueba, los "lapsi" (="caídos") y deseaban ardientemente volver a formar parte de la comunidad. El debate sobre su readmisión llegó a dividir a los cristianos de Cartago en “laxos” y “rigoristas”. Cipriano fue severo, pero no inflexible con los “lapsi”, concediéndoles la posibilidad del perdón después de una penitencia ejemplar.

Defensor de las sanas tradiciones de la Iglesia africana, Cipriano compuso numerosos tratados y cartas, siempre relacionados con su ministerio pastoral, buscando la edificación de la comunidad. La Iglesia es —con mucho— el tema que más trató. Destaca además, su enseñanza sobre la oración (tratado sobre el “Padre nuestro”): Dios no escucha la voz, sino el corazón; el corazón es el lugar privilegiado de la oración.

—“No puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre” (San Cipriano).