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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

La Natividad del Señor (Misa de la aurora)
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Texto del Evangelio (Lc 2,15-20): Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado». Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

«Encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona, España)

Hoy resplandece una luz para nosotros: ¡nos ha nacido el Señor! Del mismo modo que el sol sale cada mañana para iluminar y dar vida a nuestro mundo, esta misa de la aurora, celebrada todavía con cierta oscuridad, evoca la figura del pequeño Infante nacido en Belén como el sol naciente, que viene para iluminar a toda la familia humana.

Después de María y José, fueron estos pastores del Evangelio los primeros que fueron iluminados por la presencia de Jesús Niño. Los pastores, que eran tenidos como los últimos en la sociedad. Hemos de ser pastores para acoger al Niño, y ser conscientes de nuestra nada.

Que Jesús sea luz no nos puede dejar indiferentes. Miremos a los pastores: era tan grande el gozo que sentían por lo que habían visto que no paraban de hablar acerca de ello: «Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían» (Lc 2,19).

«Tu Salvador ya está aquí», nos dice también el profeta, y eso nos llena de alegría y de paz. Amados hermanos, esto nos falta a muchos cristianos de hoy día: hablar de Él con alegría, paz y convencimiento; cada uno desde su vocación, es decir, desde el designio eterno que Dios tiene “para mí”. Y esto será posible si previamente estamos convencidos de nuestra identidad: los laicos, religiosos y sacerdotes. Todos formamos “el pueblo santo” del que nos habla el profeta Isaías.

Fue designio de Dios que acudieran pastores a adorar al Niño Jesús. Todos somos pastores. Todos hemos de ser pobres y humildes, los últimos... Contemplando el pesebre de nuestra casa, con sus pastores de plástico o de cerámica, vemos una imagen de la Iglesia, que el profeta en la primera lectura describe como una “ciudad-no-abandonada” y como “la-que-tiene-un-enamorado” (cf. Is 62,12). En esta Navidad hagamos el propósito de amar más a nuestra Iglesia... que no es nuestra, sino de Él, y nosotros la recibimos y entramos a participar en ella como indignos siervos, y la recibimos como un don, como un regalo inmerecido. De ahí que nuestro estallido de alegría en esta Navidad ha de ser una profunda y sincera acción de gracias.