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Jesús en los Misterios del Rosario

  1. Misterios de la Luz
    1. La Transfiguración del Señor

El misterio de La Transfiguración es celebrado solemnemente cada año por la Iglesia en un día concreto: el 6 de agosto. Es el más luminoso de todos los misterios luminosos: «Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor» (San Juan Pablo II).

A la vez, este mismo misterio es rememorado en el 2º Domingo de Cuaresma (en sus tres ciclos A, B y C). ¿En Cuaresma? ¡A primera vista esto es paradójico! Sin embargo, la Transfiguración —como tantos otros misterios de la vida de Cristo— era una preparación para el ya cercano Triduo Pascual (Pasión, Muerte y Resurrección). En palabras de san Juan Pablo II, «el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo ‘escuchen’ (cf. Lc 9,35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección».

La Transfiguración es como un doble misterio: nos prepara para el momento la Cruz y nos desvela la eternidad del Cielo


1º) «Unos ocho días después de estas palabras (…)» (Lc 9,28). Los tres Evangelios sinópticos introducen el relato de la Transfiguración con este dato. ¿Días después? ¿Qué había pasado? ¿Qué había dicho Jesús? ¿Tan importante era eso? Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al 100%: habían sucedido 2 cosas.

En primer lugar, Simón Pedro había confesado a Jesús como el Cristo-Hijo de Dios (cf. Mt 16,16 y par.). Ahora, en el Tabor, en pleno “resplandecer glorioso” es el Padre quien “confiesa” —mejor dicho: acredita— al Hijo: «Este es mi Hijo, el Elegido» (Lc 9,35). ¡Mayor solemnidad, imposible! Jesucristo está desvelando plenamente su Ser Divino, su Belleza Divina: Él es el Hijo Eterno que existía ya desde el principio (cf. Jn 1,1). Él y sólo Él, con al Padre y el Espíritu Santo (ampliación: La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino la revelación de su divinidad). Pocos días después, Jesús en persona hará esa misma “declaración” ante el sumo sacerdote y el Sanedrín (cf. Mt 26,63 ss.). ¡Eso le valió la unánime condena a muerte!

En segundo lugar, (unos 6 u 8 días antes) Jesús había predicho su Pasión (y su Resurrección). Marcos afirma que Jesús «hablaba de eso claramente» (Mc 8,32). En otras ocasiones el Señor lo había anunciado. La diferencia es que ahora, justo cuando tiene lugar su Transfiguración, la Pasión ya es inminente (sucederá al cabo de pocos días) (ampliación: La Transfiguración es un espléndido icono de nuestra redención). Jesús-Dios, que ahora refulge, quedará totalmente ocultado; Jesús-Hombre, cuya figura humana ahora resplandece bellamente, quedará totalmente triturado (desfigurado). Todo eso, por nuestra salvación (ampliación: “Jesús solo” es lo que debe bastar en el camino).

2º) «Se llevó con Él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar» (Lc 9,28). A lo largo de la vida de Jesucristo nos encontramos con diversos montes de oración. Al cabo de pocos días, justo antes de entregarse, lo encontraremos en el Monte de los Olivos. Y, algunas horas más tarde, en el Monte Calvario (donde siguió orando, desde lo alto de la Cruz) (ampliación: «Jesús subió al monte a orar»).

Jesús lleva consigo a sus discípulos —empezando por los Apóstoles— a estos “montes de oración”. Una vez más, Él cuenta con nosotros. Pero, ¡oh, sorpresa!, «Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño» (Lc 9,32). En Getsemaní sucedió lo mismo (cf. Mc 14,37-38). ¡Siempre durmiendo! ¡Y todavía seguimos durmiendo!

Sin embargo, «al despertar, vieron su gloria» (Lc 9,32). ¡Con frecuencia nos quejamos de que no vemos a Dios! —¿Dónde está Dios?, nos preguntamos. Pero, ¿cómo podríamos verle sin rezar, oírlo sin hablarle, amarlo sin confesarle ni acreditarle?

3º) «Vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado» (Lc 9,32). ¿Quiénes son esos “otros” dos? ¡Elías y Moisés!, es decir, los líderes del Profetismo y de la Ley en el Antiguo Testamento. La escena es de una máxima solemnidad: ahí confluyen el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el Cielo (la Santísima Trinidad) (ampliación: En el “monte” de la Transfiguración).

Sin embargo lo más importante —ya que se reúnen todos ahí, en lo más alto— es saber qué hacen… O, mejor, ¿de qué hablan? ¡De la Cruz! «Hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén» (Lc 9,31). Todo, todo en el proyecto de la creación, todo en la vida de Jesús se dirige hacia el momento supremo de la Cruz (¡eso es un misterio!, pero es así). Se ha llegado a afirmar —y con razón— que los Evangelios son historias de la Pasión con una introducción amplia. Los cuatro Evangelios —unos más largos, otros no tanto— aterrizan y se detienen en el Misterio Pascual (Viernes de Muerte, Sábado de Sepultura y Domingo de Resurrección).

San Pablo, por su parte, no quiere conocer nada más que Cristo crucificado (cf. 1Cor 1,23); no quiere gloriarse en nada más que no sea la Cruz (cf. Gal 6,14): todo lo demás lo considera “pérdida” y “basura” con tal de poder ganar a Cristo (cf. Flp 3,8). ¿A quién le sorprenderá, por tanto, que la Liturgia católica reserve un Domingo de Cuaresma al misterio de la Transfiguración del Señor? (ampliación: La Transfiguración y el misterio de la Cruz).