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Jesús en los Misterios del Rosario

  1. Misterios de la Luz
    1. El anuncio del Reino invitando a la conversión

El es “El anuncio del Reino invitando a la conversión”. Es el Misterio que cubre un mayor período de tiempo de la vida del Señor: ¡unos tres años! (ampliación: «Jesús iba anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios»). Ésta es una etapa de la Historia de la Salvación muy rica en contenido, y crucial por lo que se refiere a la Revelación. El foco de atención incide directamente en Cristo; la presencia de la Virgen María es más bien “latente” (volverá a aparecer explícitamente en el Calvario).


1º) «En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres (…). En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2). La Revelación llega a su “máximum” de intensidad: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer…» (Gal 4,4). ¡Es una “plenitud” que sobrepasa toda expectativa humana! Con razón, en la Transfiguración, después de acreditar a su Hijo («Éste es mi Hijo, el Amado»), el Padre nos mandó: «Escuchadle» (Mt 17,5). ¡Ojalá que nuestra oración sea un verdadero “escuchar”! (ampliación: «Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»).

2º) «Jesús comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1). La enseñanza de Jesús muy pronto suscitó admiración entre la gente sencilla; las gentes notaban en Él un algo especial: «Se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,22) (ampliación: «Quedaban asombrados de su doctrina»). De hecho, en alguna ocasión Jesucristo no tuvo más remedio que desautorizar a los escribas «porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). Un día (¡era sábado!), Jesús curó a una mujer encorvada y, ante la estupefacción de los presentes, al jefe de la sinagoga no se le ocurrió otra cosa que reñir a la pobre gente: «Hay seis días para trabajar; venid, pues, en ellos a ser curados, y no un día de sábado» (Lc 13,14)... En fin, sin obras de amor es inútil cualquier predicación (ampliación: «También vosotros daréis testimonio»).

3º) «Un profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19): así le recordaba Cleofás mientras andaba nostálgico camino de Emaús en la mañana de la resurrección. Algunas semanas más tarde, Simón Pedro lo presentaba así a la gente de Jerusalén: «Hombre acreditado por Dios (…) con milagros, prodigios y señales» (Hch 2,22). En su “hacer” Cristo mostró un dominio sobre la materia, el tiempo y los espíritus que sólo Dios posee. Sobran ejemplos: desde la conversión del agua en vino, las multiplicaciones de panes y peces, hasta su andar por encima de las aguas; curaciones a distancia; expulsó espíritus malignos y devolvió la vida a difuntos (incluso estando en descomposición, como fue el caso de Lázaro); no sólo leía los pensamientos de los demás sino que conocía sus vidas (Natanael, la mujer samaritana)… Solamente Jesús puede decirnos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). ¡Ésta es nuestra esperanza y nuestro consuelo! El Reino de Dios ya está entre nosotros... (ampliación: ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios?; Alegría por la presencia de Dios entre nosotros).

4º) «No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4; cf. Dt 8,3). La autoridad del Señor también provenía de su Sabiduría: conocía y manejaba la Sagrada Escritura como nadie: de hecho, en Él se cumplían las Escrituras. Un día, después de citar el famoso pasaje mesiánico de Is 61,1-2 («El Espíritu del Señor está sobre mí…») añadió con toda naturalidad: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). ¡Cristo es único!: su llegada fue largamente preparada y su morada ampliamente biografiada (¡cuatro Evangelios!, más el resto de escritos del Nuevo Testamento). En Él confluyen todos los títulos mesiánicos profetizados: Hijo del hombre, Hijo de David, Siervo sufriente de Yahvé, Hijo de Dios… (ampliación: Ardían sus corazones cuando Cristo les explicabas las Escrituras).

Si la Biblia es el “manual de la vida”, el Evangelio es el “manual de la felicidad”; si la Biblia es la “biografía de Dios”, el Evangelio es el “retrato del rostro visible de Dios”. En consecuencia, muchos se postraron ante Cristo (la mujer siro-fenicia, el padre del niño lunático, María Magdalena…), ¿y yo?

5º) «Todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13,52). El mensaje de Jesucristo tiene una sorprendente actualidad, atravesando todos los tiempos y épocas de la humanidad (ampliación: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír»). Las parábolas de Jesús son explicaciones de deliciosa pedagogía —para ayer, hoy y mañana— acerca del Reino de Dios. Pongamos un solo ejemplo, el de la levadura que fermenta la masa: hoy más que nunca los cristianos nos vemos como levadura que, para animar al mundo, debe actuar desde dentro del mundo (la levadura, al margen de la masa, no puede ejercer su función de dar consistencia). De ahí la importancia que tiene la participación en el sacerdocio de Cristo por parte de todos los bautizados (la Iglesia está integrada por un Pueblo sacerdotal), el protagonismo de los fieles laicos, la santificación del trabajo y del matrimonio…

6º) «Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más» (Jn 8,11). Para acoger el Reino de Dios necesitamos convertirnos a Dios. ¡No podemos recibir a Dios de cualquier manera! Desde el inicio de su ministerio público, Cristo hizo una llamada enérgica a la conversión (ampliación: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta»); pero ésta es una llamada que incluye el don de la misericordia. Los hombres de Iglesia —pasados los años— quizá hayamos insistido más en lo primero obviando lo segundo. Sea lo que fuere, lo cierto es que en tiempos más recientes el Espíritu Santo ha impulsado el anuncio de la Misericordia Divina, la cual —sin humillar— invita a la conversión. Desde la devoción al Sagrado Corazón de Jesús auspiciada por santa Margarita Mª de Alacoque, pasando por la devoción a la Divina Misericordia difundida por santa Faustina Kowalska, etc., la Iglesia ha entrado en lo que se ha convenido llamar “Tiempo de la Misericordia”. Este tiempo es un avance irreversible en la Historia nuestra Salvación… (ampliación: Devoción al Corazón Misericordioso de Jesús).