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Jesús en los Misterios del Rosario

  1. Misterios de Gloria
    1. La coronación de María Santísima

Siguiendo con la idea del paralelismo entre Jesucristo y su Madre, también Ella participa de un modo eminente de la gloria de Jesucristo en los Cielos. Cristo reina, a Él le ha sido entregada toda potestad; por su parte, la Virgen es coronada —reconocida— como reina de todo lo creado: cielo y tierra. ¡Esa Reina es nuestra Madre! Su reinado es como el de Jesucristo, su Hijo: ¡servir, servirnos! (Ampliación: «He aquí la esclava del Señor»).


1º) «Una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). La belleza de la Madre de Dios no podía ser mejor descrita: está como revestida de Dios mismo —el Sol de los soles—, y el resto del cosmos (luna, estrellas…) quedan bajo su potestad y están presentes en su mente (en su corazón de Madre).

San Maximiliano Mª Kolbe planteó un audaz argumento acerca del “poder” de la Virgen: dado que para la concesión de la gracia más grande jamás otorgada a una criatura (la maternidad divina) el Altísimo le pidió permiso a María, entonces —concluye el padre Kolbe— «no se otorga ninguna gracia sin que Jesús le pida permiso a María». Y, puesto que Jesús nos dio a María por Madre, el “sí”, el permiso lo tenemos siempre asegurado. ¡Ella reina con el querer —el amor— de una madre! (Ampliación: Santa María Reina).

2º) «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva (…). Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo» (Ap 21,1-2). ¡De nuevo el Apocalipsis de san Juan! Cuando se describía esta visión, María ya había sido asunta al Cielo… Sea lo que fuere —Santa María ya formaba parte del Cielo—, la cita nos sirve para introducir otra bella intuición del Papa Ratzinger: para nosotros el cielo ya no es una esfera lejana y desconocida. ¡Ahí tenemos una Madre: la misma Madre de Jesús! María, en Dios, es reina del cielo y de la tierra. Precisamente porque está “en” y “con” Dios, Ella está muy cerca de cada uno de nosotros… (Ampliación: El Cielo tiene un corazón).

3º) «En cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno» (Lc 1,44). Nuestro recorrido a lo largo de los Misterios del Rosario empezó con el saludo lleno de alegría de San Miguel Arcángel a Santa María («¡Alégrate, María!»). Completamos este recorrido con el júbilo de santa Isabel y de san Juan Bautista, que sin haber nacido ya saltaba de gozo.

Aquel encuentro entre María y Isabel (en casa de Zacarías) quizá sea un destello del gozo del Cielo, donde Dios lo será todo para todos (cf. 1Cor 15,28). Vivamos este anticipo como nos lo pedía el Papa Francisco: «Estas dos mujeres se encuentran y lo hacen con alegría: ¡ese momento es toda una fiesta! Si aprendiéramos este servicio de ir al encuentro de los demás, ¡cómo cambiaría el mundo!».