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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. Cuestiones sobre el tiempo
    1. ¿Qué tiempo corre ahora mismo?

En concreto, es innegable la confluencia de tres factores principales y decisivos.

1o) «Surgirán muchos falsos profetas y seducirán a muchos. Y, al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos» (Mt 24,11-12). Poco o mucho, eso ya lo vivimos. Es decir, endurecimiento progresivo del entorno moral. ¿Realmente hemos llegado a este punto? Las palabras del Señor van dirigidas al hombre de todo lugar y de todo momento. El estilo apocalíptico que emplea Jesucristo para referirse al final de los tiempos (¡no al final del mundo!) hace que cada uno tenga que darse respuesta a esta pregunta: ¿hemos llegado a este punto? Cada uno verá, ¡pero más vale no equivocarse!

«Al desbordarse la iniquidad». ¡Desde hace siglos! Pero el siglo XX ha sido un elocuente testigo, hasta el punto del debilitamiento de la conciencia de pecado, tanto individual como colectiva (circunstancia juzgada por no pocos —¿”falsos profetas”?— como un “progreso moral”: ¡qué paradoja!).

Lógicamente, eso se traduce en un elevado coste por lo que se refiere a la paz: «Ninguna época ha librado guerras tan crueles, tan sangrientas, como la nuestra. Han sucedido cosas peores que todo cuanto haya acaecido antes, porque no existían las posibilidades de cometer maldades tan refinadas, tan cuidadas técnica y racionalmente» (Benedicto XVI). Es cierto que algunas estadísticas publicadas por organismos internacionales muestran una menor mortalidad civil por causa de las guerras. Pero eso no lo es todo: no tienen en cuenta las víctimas mortales de los “sin voz” (no nacidos, gente refugiada…).

2o) «Misereor turbae» («Me da mucha pena la muchedumbre») (Mt 15,32). Es difícil igualar la elocuencia de esta expresión en latín: Misereor. En todo caso, el hecho es que hemos entrado en el “Tiempo de la Misericordia”. ¡Un fenómeno que también viene de lejos! (Ampliación: El “río caudaloso” de la Divina Misericordia). Juan Pablo II vaticinó que la Divina Misericordia sería la devoción más necesitada para la Humanidad en el siglo XXI.

Los hechos son los hechos y forman parte innegable de la historia. Mons. Karol Wojtyla —arzobispo de Cracovia— consiguió que la autoridad eclesiástica en Roma desclasificara el Diario (La Divina Misericordia en mi alma) de Sor Faustina María Kowalska, monja de la orden de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. El mismo obispo incoó el proceso diocesano de beatificación de esta religiosa. Después —¡cosas de la Providencia!— a Wojtyla, ya como Romano Pontífice, le llegó a Roma la causa de canonización de Sor Faustina (superada la fase diocesana). San Juan Pablo II la canonizó el 30 de abril del 2000. Además, con su autoridad apostólica, el Papa instituyó —tal como Jesús se lo pidió a santa Faustina— la Fiesta de la Divina Misericordia, fijada en el 2º Domingo de Pascua. San Juan Pablo II fue llamado a la Casa del Padre el año 2005, precisamente cuando ya se rezaban las vísperas de la fiesta de la Divina Misericordia… ¡Éstos son los hechos!

Y, en fin, el Papa Francisco convocó el Jubileo de la Misericordia (el Año de la Misericordia) que se inauguró el 8 de diciembre del 2015 (Solemnidad de la Inmaculada Concepción). No era simplemente un año; era una nueva etapa, un nuevo tiempo para la Iglesia: el “Tiempo de la Misericordia”.

3o) «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48). ¡Así ha sido! Además, se constata —correlativamente con el punto anterior— una creciente “irrupción mariana”: «María, la madre de Jesús» acompaña y preside a la Iglesia desde el “comienzo de sus comienzos” (cf. Hch 1,14). Incluso desde antes, ya que a la hora del Calvario nos fue dada como Madre Nuestra (cf. Jn 19,26-27). Pero el hecho es que los siglos más recientes han sido testigos de la proclamación de dogmas marianos, del desarrollo de la “Mariología” como estricta disciplina teológica y de crecientes manifestaciones (apariciones, revelaciones…) de Santa María.

Capítulo aparte, merecen particular atención las conocidas apariciones de Garabandal y Medjugorje (está pendiente el juicio de la Iglesia sobre su autenticidad sobrenatural). En todo caso, llama la atención la larguísima reiteración de estas supuestas apariciones (¡no había ocurrido nunca!).

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