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Estimado/a amigo/a:

Continuamos con los “Temas evangeli.net” destinados a ilustrar —a lo largo del curso— los Misterios del Rosario como “flashes” de la vida del Señor. Dimos comienzo a esta serie con los Misterios de la Luz, y ya se comentó “El bautismo del Señor en el río Jordán” (clica aquí).

 

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El segundo Misterio de la Luz, la “Auto-revelación de Cristo en las bodas de Caná”, es especialmente luminoso (para ampliar, clica aquí). Sorprende que apenas aparezca en el ciclo litúrgico anual: ¡sólo un domingo de cada tres años! Sin embargo, es un momento crucial de la vida del Señor. Veamos por qué… (cf. algunos análisis de Benedicto XVI en Master·evangeli.net: clica aquí).

 

1º) «En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos» (Jn 2,11). ¡No es poca cosa!: los seguidores del Señor vieron un milagro (¡el primero que conocemos!) y aceptaron la divinidad de Jesucristo. Éste es un momento fundacional de la Iglesia (entre otros): Jesús muestra que es Dios porque nadie más tiene un poder tal sobre la materia. Si Jesús no fuese Dios, la salvación aún estaría por hacer. Por tanto, era fundamental que las columnas de la Iglesia estuvieran convencidas de que Jesucristo era Dios (en todo caso, la prueba decisiva llegaría con la Resurrección) (ampliación: clica aquí).

 

2º) «Se celebraba una boda en Caná de Galilea y (…) Jesús fue invitado también con sus discípulos» (Jn 2,1-2). Esta afirmación causa una fuerte impresión a la vuelta de veinte siglos: la etapa central de la redención comienza en un ambiente festivo nupcial, con la celebración de un matrimonio. Sorprende que hayamos tardado tantos años (¡siglos!) en descubrir el matrimonio —la familia— como ámbito de santidad. Hasta ahora nunca habíamos promocionado seriamente la identificación con Cristo dentro de la vida conyugal y familiar. San Pablo insistió en que los cristianos tienen la misión de reconciliar el mundo con Dios… y resulta que casi todo el mundo vive casado y en una familia... A partir de ahí la Iglesia ha podido plantear la llamada universal a la santidad (para ampliar, clica aquí).

 

3º) «Estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2,1). Quien estuvo invitada, principalmente, era María. Su presencia allí tiene un valor incalculable… Seguramente no hacía mucho tiempo que era viuda (unos pocos años) y su único Hijo recién había marchado de casa. Pero ella no se quedó pasiva en Nazaret, llorando su viudedad. Todo lo contrario: arrastró a su Hijo a la fiesta de una boda (si iba ella, no tenía sentido que no asistiera el Hijo). Algo parecido sucedió en el Calvario: allí fue Él quien la arrastró a ella (con gran beneficio para nosotros). ¡La “mujer” de Caná es la “mujer” del Calvario! (ampliación: clica aquí). Allí “nacimos” nosotros como hijos de aquella “mujer” y, por tanto, como “hijos de Dios”.

 

4º) «No tienen vino» (Jn 2,3). ¡Seguimos con Santa María! En sus palabras descubrimos dos hechos preciosos. Primero, su solicitud: si ella se percató de que escaseaba el vino fue porque ella estuvo sirviendo más que bebiendo. María lo vio, María lo sufrió y María lo resolvió (contándolo a su Hijo; ¿a quién, sino?). Segundo, su petición es un ejemplo de oración sencilla y eficaz: ¡nunca tan pocas palabras han dado tan buen resultado! El secreto de la oración de Santa María: no pide para sí, no dicta soluciones a Dios y confía totalmente en Él (ampliación: clica aquí). No sabía qué haría Jesús y, encima, la respuesta de su Hijo debió resultarle enigmática en aquel momento; pero ella ni se inmutó y reaccionó del modo más seguro: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

 

5º) «Mujer (…), todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). La “hora” llegaría verdaderamente en el Calvario. Pero Santa María —con su ascendiente de madre santa— es capaz de adelantar la hora. Ella había dicho “sí” al Padre-Dios; el Hijo eterno había dicho “sí” al Padre-Eterno: así se produjo la Encarnación (para ampliar, clica aquí). Y cuando se unen esos dos “síes” (el mío y el de Dios) entonces nada es imposible; todo tiene solución o salida (que seguramente nosotros no somos capaces de ver, como tampoco la veía la Virgen, pero ¡Dios es más imaginativo!).

 

Antoni Carol i Hostench, pbro.

(Coordinador General de evangeli.net)

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