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Estimado/a amigo/a:

El viernes completamos el maravilloso ciclo de solemnidades del Señor. Después del Corpus Christi, el Sagrado Corazón de Jesús: ¡no es casual! Le debemos al Amor infinito de Dios —inmortalizado para siempre en el Corazón traspasado de Jesucristo— la venida del Espíritu Santo y su actuación eficaz a través de los sacramentos. Dios ve al hombre débil, a menudo ingrato e indiferente, pero su Amor Misericordioso no conoce límites. La Eucaristía es el máximo exponente de este corriente de amor.

Jesús, consumando pacientemente —sin enfadarse— su entrega en la Cruz, nos muestra un amor tan grande que “desborda” su Corazón y se derrama sobre nuestros espíritus como buena “medicina” para remediar nuestras debilidades. San Juan evangelista prestó particular atención a este hecho (que podría haber pasado desapercibido, como algo secundario): «Al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,33-34). La eficacia regeneradora del agua bautismal no es “gratuita”, sino que tiene un precio: la Sangre que también fluyó del costado abierto del Señor.

¡Un corazón “reventado”!. Ahí, en el umbral de este corazón “abierto”, podemos asomarnos y descubrir cómo es la Santísima Trinidad. Dios —que no es un ser “solitario” y “aburrido”— no necesita de los hombres para ser Amor. Él es Uno y Trino: Paternidad infinita, Filiación infinita y Amor infinito. Se bastaba perfectamente a Sí mismo para ser eternamente feliz (de hecho, así le entendía Aristóteles: una Inteligencia infinita que es feliz conociéndose a sí misma). ¡No nos necesitaba! Sin embargo, ha querido “necesitarnos” hasta el punto de sentir pasión por cada uno de nosotros personalmente. Es un “Amor loco”: amor apasionado, amor “eros”, usando una expresión de Benedicto XVI. La cuestión es tan importante que san Juan remarca: «El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis» (Jn 19,35).

«Mirarán al traspasado», nos recuerda san Juan (19,37). Al discípulo, todavía peregrino en los caminos polvorientos de esta vida, se le ofrece para su descanso el Corazón de Cristo que permanece “abierto”: ¡siempre abierto para acoger y consolar al creyente! ¡Reposemos contemplando al Sagrado Corazón de Jesús!

Antoni Carol i Hostench, pbro.

 

(Coordinador General de evangeli.net)

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