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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)
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El amor del hombre histórico
- Un momento de esperanza: el anuncio del amor de dolor y del amor de conversión
Si bien el hombre resultó herido después del “desastre”, con todo, no quedó imposibilitado para el amor (la naturaleza humana no se corrompió con el pecado original, si no que tan sólo se ha debilitado). el hombre podrá amar, pero no como antes: «La perspectiva “histórica” se construirá de modo diverso del “principio” beatificante (...). Efectivamente, en toda la perspectiva de la propia “historia”, el hombre no dejará de conferir un significado esponsalicio al propio cuerpo (...), [aunque] este significado sufre y sufrirá múltiples deformaciones» (AG 16.I.80, 5). Además, ya que la bondad y la sabiduría divinas van más allá de lo que podemos imaginar, el Creador —que, sobre todo, es Padre— no se desdice del hombre y le mantiene la llamada a la filiación divina (es decir, al amor de estilo divino).
En efecto, en aquello que popularmente se considera como el anuncio divino del castigo a la Humanidad, en realidad, se encuentra la mejor noticia: cuando a él le hace saber que tendrá que trabajar con sudor (cf. Gn 3,17-19) y a ella que tendrá que dar a luz con dolores (cf. Gn 3,16), al mismo tiempo les comunica precisamente la buena nueva de que siguen invitados a continuar la creación mediante el trabajo y el “trabajo de los trabajos” (la familia). Dios quiere seguir “necesitando” el trabajo de los hombres para desarrollar su proyecto de la creación. El Padre no retira la confianza a sus hijos.
Ahora bien, las consecuencias negativas del pecado original parecen afectar especialmente a la mujer: «Las palabras de Gn 3,16 parecen sugerir que esta situación sucede más bien a expensas de la mujer o que, en todo caso, ella lo acusa más que el varón» (AG 30.VII.80, 1). De ese modo, si bien ambos dos deberán hacer su trabajo con cansancio y sacrificio, las dificultades en su relación de pareja pesarán especialmente sobre la que estaba llamada a ser la ayuda adecuada para Adán. Ella, además de ver multiplicados los dolores de sus partos, ha de escuchar de Jahvé Dios que «hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará» (Gn 3,16). Es un mensaje breve, pero de largas consecuencias.
El análisis de Gn 2,23-25 «muestra precisamente la responsabilidad del varón de acoger la feminidad como don, y de corresponderla con un mutuo y recíproco intercambio. En abierto contraste con esto está el hecho de intentar conseguir la donación de la mujer mediante la concupiscencia» (AG 30.VII.80, 2). Y, efectivamente, «desde el momento en que el varón la “domina”, la comunión de personas (...) degenera en una relación mutua distinta, una relación de posesión del otro como objeto del propio deseo» (AG 25.VI.80, 3).
Además, a partir de aquel momento, el ejercicio del encanto femenino ya no será tampoco automático o espontáneo. Eva, de la misma manera que continúa llamada a tener hijos, también sigue destinada a liderar la creación, pero esta función también deberá ejercerla con un esfuerzo inteligente: la relación de ella respecto a su marido tenderá a manifestarse con un deseo tintado de afán y ardor (cf. AG 25.VI.80, 3). Recordemos cómo Adán no discute con Eva en el momento del pecado original: a partir de ahora las relaciones mutuas estarán sometidas a tensiones.
Y lo que es peor: si Eva no logra hacerlo bien, ella lo pagará teniendo que sufrir la dominación masculina, ya que la relación de él ante su esposa tenderá a manifestarse con un deseo marcado por el dominio (cf. Ibidem). «Pero el dominio del hombre no es espiritual, es corporal: se impone, entonces, la ley del más fuerte físicamente y es así como tantas mujeres —por no saber atraer al hombre con el espíritu y pensando haberse liberado— se meten en callejones sin salida, lo pasan mal, se dejan tratar (¡lo provocan!) de modo indigno, son dominadas por la fuerza sensual del hombre y pierden su libertad y su encanto. Mujeres que han renunciado a una importante misión de toda fémina: espiritualizar el amor del hombre».
Desgraciadamente, la crisis moral —que es, sobre todo, crisis espiritual— hace que muchas mujeres ejerzan equivocadamente su encanto femenino: en lugar de hacer una aportación espiritual, capaz de modular el amor masculino, compiten entre ellas con un plus de exasperación corporal. La liberación sexual de la mujer, es liberación —sobre todo— para el hombre, que ya puede hacer lo que quiere sin ningún tipo de freno. «Si la mujer no sabe generar fascinación con un amor espiritual, entonces ella sufre: acaba perdiendo el “control” del hombre o lo “mal-controla”.
25 de diciembre
Navidad (Misa de Medianoche)
Vídeo del Evangelio y comentario
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