Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)
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El amor del hombre escatológico
- El sentido nupcial de la vida: la vida es un “noviazgo”
Hay quien dice que «a una persona se la conoce por su muerte». Si es verdad —tal como afirma el Concilio Vaticano II— que la muerte es el punto álgido del enigma de la vida humana, vivir la vida sin considerar el horizonte de la muerte y del más allá, está claro, que es manifestación de una mirada corta y d una mentalidad superficial. Ya hemos mencionado algunas de las llamadas de Jesucristo a perseverar en una actitud de alerta. Más aún: es ejercicio de cada uno intentar reproducir en la propia imaginación la escena de la muerte del mismo Cristo. En cualquier caso, el hecho es que quienes lo presenciaron no quedaron indiferentes: «El centurión, al ver lo que había sucedido, glorificó a Dios diciendo: ‘Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la multitud que se había reunido ante este espectáculo, al contemplar lo ocurrido, regresaba golpeándose el pecho» (Lc 23,47-48).
Por su muerte a una persona se le conoce el resto de la vida vivida. Hay quien pone su vida terrenal en función de la futura y definitiva vida eterna, y esto se nota a la hora de la muerte. Éste es, quizá, el factor que marca más profundamente y modela más bellamente nuestra vida. No hay duda de que la actitud ante el matrimonio, la familia, la natalidad, la sexualidad, etc. está decisivamente condicionada por las cuestiones que comentamos. Con palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, «la dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar» (n. 282).
En este sentido, es muy bonita la visión de la vida presente como un noviazgo: un tiempo —lleno de ilusión— de preparación para el más allá. Otro autor espiritual afirmaba que «morir, para nosotros [los cristianos], es ir de bodas». Por contraste, uno deduce que la vida presente tiene, en un cierto sentido, un carácter nupcial. El hombre histórico no puede permanecer indiferente ante esta perspectiva.
Haciendo derivar esta cuestión hacia el terreno del amor matrimonial, podríamos decir que «el amor de los esposos, ciertamente, no se acaba en esta vida, sino que tiene un destino eterno. Precisamente es la eternidad donde podremos amar sin los obstáculos (malentendidos, separación física, mutuo desconocimiento, etc.) y sin las amenazas de esta vida (libertad defectible, entornos con un ambiente poco adecuado para el amor, etc.). Con la muerte se rompe el vínculo jurídico del matrimonio (ya no es necesario), pero el amor sigue vigente. La vida matrimonial, en el fondo, es como un "noviazgo", durante el cual nos es dada la oportunidad de aprender a amar y de enamorarnos, sabiendo que en la eternidad viviremos del grado de enamoramiento alcanzado en la tierra, aunque potenciado por la visión beatífica».
Adoptar una perspectiva nupcial de la vida significa que uno vive más de proyectos que de recuerdos. El espíritu enamorado, el espíritu que se mantiene joven, no olvida los recuerdos, pero vive fundamentalmente de proyectos, vive la alegría propia de quien trabaja en el presente para alcanzar las ilusiones del futuro. El noviazgo se nos presenta como un tiempo de proyectos y de ilusiones, un tiempo alegre preparación para aquello que ha de llegar a ser la plenitud (el matrimonio). No es el noviazgo un tiempo de entretenimiento (no sirve para eso) o una simple situación provisional, llamada a desaparecer sin más, sino que es un tiempo de preparación (y preparación ya es donación) destinado a tener una continuidad dentro de la plenitud: uno se casa, justamente, con la que es su prometida (no con otra). Por el hecho real de que podemos amar, y que el amor reclama eternidad, al hombre le conviene enfocar la vida misma con esta motivadora orientación de futuro, propia de la etapa nupcial que precede a las bodas.
Y de la misma manera que el noviazgo no es mera situación provisional, destinada a diluirse, tampoco lo es la vida en el tiempo. Si el noviazgo es la preparación para las bodas, el tiempo de esta vida puede llegar a ser preparación para la eternidad. De ahí la propuesta del Papa de santificar el tiempo: «En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental» (TMA 10). Por tanto, hay que imprimir a cada segundo de nuestro tiempo un sentido de eternidad, ya que tal como vivamos este tiempo así resultará ser nuestra eternidad. Entre el tiempo y la eternidad (como también ocurre con el noviazgo y las bodas), si bien hay una discontinuidad, también hay una fundamental continuidad.
24 de noviembre
Domingo 34 del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (B)
Vídeo del Evangelio y comentario
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