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Evangelio de hoy + breve explicación teológica
Adorar es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios
REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos del Papa Francisco) (Città del Vaticano, Vaticano)Hoy, más que nunca, se hace necesaria la adoración. Adorar es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios. Sólo la verdadera humildad puede reconocer la verdadera grandeza, y reconoce también lo pequeño que pretende presentarse como grande.
Una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que se nos propone adorar lo humano dejando de lado lo divino. “Sólo al Señor adorarás” es el gran desafío ante tantas propuestas de nada y vacío. No adorar a los ídolos contemporáneos —con sus cantos de sirena— es el gran desafío de nuestro presente. Ídolos que causan muerte no merecen adoración alguna, sólo el Dios de la vida merece adoración y gloria.
—Adorar es decir “Dios” y decir “vida”. Adorar es ser testigos alegres de su victoria, es no dejarnos vencer por la gran tribulación y gustar anticipadamente de la fiesta del encuentro con el Cordero, el único digno de adoración y en quien celebramos el triunfo de la vida y del amor sobre la muerte y el desamparo.
La adoración
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)Hoy las mujeres que habían ido al sepulcro sienten una gran alegría en sus corazones por el anuncio del ángel sobre la resurrección del Maestro. Y salen “corriendo”: sus corazones explotarían si no lo comunican a todos los discípulos. Jesús se hace el “encontradizo”: lo hace con María Magdalena y la otra María… y con todos los hombres.
Por su encarnación, Dios se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Las reacciones de las mujeres ante la presencia del Señor expresan las actitudes más profundas del ser humano ante nuestro Creador y Redentor: la sumisión —pues se "asieron" a sus pies— y la adoración. La adoración es la sumisión tierna que, en grado absoluto, sólo debemos dar a Dios.
—"No tengáis miedo", nos dice Jesús. ¿Miedo del Señor? Nunca, ¡si es el Amor de los amores! ¿Temor de perderlo? Sí, porque conocemos la propia debilidad. Por esto nos agarramos bien fuerte a sus pies: ¡Señor, no nos dejes!