Nuestra página utiliza cookies para mejorar la experiencia de usuario y le recomendamos aceptar su uso para aprovechar plenamente la navegación

Master·evangeli.net

Evangelio de hoy + breve explicación teológica

Adviento: 22 de Diciembre
Descargar
Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso (…)».

El "Magnificat" de la Virgen María

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, todavía en casa de Isabel y Zacarías, escuchamos el "Magnificat", este gran poema que nos llega de los labios, mejor dicho, del corazón de María, inspirado por el Espíritu Santo. "Mi alma engrandece —"magníficat"— al Señor"; ahí se expresa todo el programa de su vida: no ponerse Ella en el centro, sino dar espacio a Dios. María es grande precisamente porque no quiso hacerse grande a sí misma. Ella sabe que sólo si Dios es grande también el hombre es grande.

El "Magnificat" es del todo original, pero, al mismo tiempo, es un "tejido" bordado con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de la Palabra de Dios. Entonces captamos que María estaba como "en su casa": vivía de la Palabra de Dios y estaba impregnada de ella. La penetraba la sabia luz divina, y por eso era tan noble, tan bondadosa, tan radiante de amor.

—"Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones": ¡bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!

El pecado original: la libertad humana teme a la grandeza de Dios

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, María desea que Dios sea grande en el mundo. No tiene miedo de que Dios con su grandeza pueda quitarnos algo de nuestra libertad: si Dios es grande, también nosotros somos grandes. El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario fue el núcleo del pecado original.

Temían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que debían apartar a Dios para tener espacio para ellos mismos. Esta ha sido también la gran tentación de la época moderna, de los últimos tres o cuatro siglos. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia de nuestra época.

—Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida pública y en la privada.