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¿Qué más ha pasado? (otras cosas)
El Reino de Dios es como «un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27). Durante el siglo XX, Dios ha sembrado —quizá sin que seamos muy conscientes de ello— unas semillas potentísimas (humanas y sobrenaturales), capaces de generar «ramas grandes, hasta el punto de que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra» (Mc 4,32). ¿Qué semillas?, ¿qué ramas? A continuación diremos algo de todo eso, pero podemos sospechar que Dios ha preparado el terreno con la vista puesta en una siega universal de santidad (sin precedentes), un “nuevo Pentecostés” (otro “kairós”).
1o) «Todos tus hijos serán enseñados por Dios» (Is 54,13). Hemos de saludar como una bendición de Dios el espectacular crecimiento cultural a lo largo del mundo. No es cosa menor. Un simple dato de referencia: a inicios del siglo XX, en Europa (¡Europa!!!) había grandísimas áreas de alto analfabetismo (en el Sur y en el Este); sólo los países del Norte y Centro Europa (países de prevalencia protestante) tenían una baja tasa de analfabetismo. Esto ha cambiado radicalmente: las proporciones se han invertido (esto nunca había pasado y no tiene marcha atrás). Y este dato es decisivo, por el siguiente motivo: el cristianismo es una religión con densidad doctrinal, y la fe —que tiene sus razones— ha de ser una fe “formada”. Una fe que hemos de poder escribirla y leerla, para rezarla (profesarla) con más profundidad. San Pedro nos pide saber dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3,15): ¿lo podemos hacer?
2o) «De sus espadas forjarán azadas, y de sus lanzas, podaderas» (Is 2,4; cf. Miq 4,1-3). Cultura de trabajo. Isaías advertía en su tiempo que el pecado generaba violencia, mientras que la reverencia hacia Dios debería conducir a la paz. Esta “mutación” se simbolizaba en la transformación de los instrumentos de guerra en herramientas de trabajo. Pues bien, en el siglo XX esta imagen ya no es un símbolo, sino una realidad: ha estallado la cultura de trabajo (¡nunca había sucedido, y no tiene marcha atrás!). La Humanidad siempre ha tenido que trabajar, pero hasta hace poco trabajaban sólo los pobres (socialmente hablando, solamente eran bien vistos el trabajo de la política y el de la guerra):
a) Desde el momento que el trabajo ha sido entendido como un valor humano preciado (y no un como un mal menor), se ha podido desarrollar toda una corriente espiritual y una teología alrededor de la santificación del trabajo. Y aquí podemos entrar todos, absolutamente todos: es la “democratización” / “socialización” de la santidad.
b) Sorprende que hayamos tardado tanto en captar la bondad intrínseca del trabajo, ya que, de hecho, el mismo Hijo de Dios vivió la mayor parte de su vida terrenal trabajando: era conocido como «el artesano» (Mc 6,3). Esto, a su vez, comporta la emergencia del laicado dentro de la Iglesia (hasta ahora demasiado “jerarcológica”) y amplía exponencialmente su radio de acción apostólica.
c) Dos hechos sintomáticos. Primero: la primera encíclica social de Juan Pablo II versó sobre “El trabajo que hay que ejercer” (“Laborem exercens”). En este importante documento el Papa puso en relieve el Evangelio del trabajo (era un tema que ya traía “trabajado” desde que era un joven obispo en Polonia). Segundo: la celebración del Jubileo del 2000 estuvo vertebrada —en buena parte— alrededor de las profesiones: Jubileo de los sanitarios; Jubileo de los profesionales del espectáculo; Jubileo de los deportistas; Jubileo de los artistas; Jubileo de los sacerdotes…
3o) «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Son las últimas palabras de Jesucristo, palabras que Juan Pablo II parafraseó de la siguiente manera: «Id al mundo entero por Internet y predicad el Evangelio a toda criatura». El primer “Internet” (o “Intranet”) de la Humanidad ha sido la Eucaristía (“Internet sacramental”).
Pero con la llegada del tercer milenio nos ha llegado un “segundo Internet” (el digital, el virtual). El Papa Benedicto XVI le dio la bienvenida: «Realmente, el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas (…): el sacerdote se encuentra como al inicio de una “nueva historia”». El sacerdote… y ¡toda la Iglesia y todo el mundo!, podríamos añadir.
No es para menos: la Palabra de Dios, en lugar de viajar a la velocidad de san Pablo, ahora viaja a la velocidad de la luz (“evangeli.net” es una muestra de ello). ¡Esto nunca había sucedido, y no tiene marcha atrás!