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Temas evangeli.net

¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. La palabra de Dios
    1. «¿No podéis descubrir los signos de los tiempos?» (Mt 16,3)
      1. ¿Cómo lee Jesús?

1o) «Les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras» (Lc 24,44). Fijémonos en cómo lo hace Jesucristo. Su Pasión y su muerte eran unos hechos innegables. Sus seguidores —excepción hecha de su Madre— no encontraban sentido en todo ello: «Los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron» (Lc 24,20). Qué desastre, qué decepción…

a) «Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él» (Lc 24,27) (¡vuelven a salir en escena Moisés y los Profetas!). ¿Qué hace Jesús con sus discípulos desanimados? Veamos el caso de los de Emaús. El Resucitado pone aquellos hechos (“desastrosos”) bajo la perspectiva de la Palabra de Dios (que abrazaba al Antiguo Testamento).

b) «¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras» (Lc 24,32). Los dos discípulos que ya huían, reconocieron que sus almas comenzaban a ver la luz mientras escuchaban las palabras de aquel “misterioso” acompañante. ¡Escuchando la Palabra de Dios —que no desconocían— comenzaron a remontar!

2o) «¿Quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?» (Jn 9,2). Controversia alrededor del ciego de nacimiento. Mientras que los interlocutores de Jesús estaban haciendo una lectura a ras de suelo sobre la situación de aquel hombre, Él se estaba moviendo en otro plano: la mirada de Dios…, que es mucho más larga y bondadosa. Así, Jesucristo respondió: «Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Jn 9,3). Y así fue: Jesús restableció la vista de aquel hombre en sábado, para mostrar que el Hijo del hombre es señor del sábado (es decir, ¡es Dios!).

3o) «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera [Lázaro]?» (Jn 11,37). Se repite la misma historia… Éste era el clima con que recibieron a Jesucristo cuando Lázaro llevaba ya siete días difunto. Incluso, Marta y María —que amaban mucho al Señor— pusieron esta misma objeción…

a) ¡Parecía que el amigo Jesús llegaba tarde! ¡Pero no! Suceden cosas y Dios obtiene de ellas un fruto mucho más elevado de lo que pensamos humanamente. En primer lugar, «esta enfermedad no es de muerte, sino para la gloria de Dios» (Jn 11,4), es decir, para manifestar el Amor de Dios.

b) En segundo lugar, «a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios» (Jn 11,4). A raíz de aquel milagro, estalló la envidia de los príncipes de los sacerdotes y decidieron llevar a Jesús a la muerte… Pero aquella muerte aceptada voluntariamente se transformó en la glorificación de Él (es decir, manifestación de la Belleza del Hijo obedeciendo amorosamente al Padre). “Muerte” vs “Glorificación”: ¡he aquí dos lecturas bien distintas acerca del mismo hecho!

c) «Doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla» (Jn 10,17-18). Con todo, la resurrección de Lázaro apunta todavía a una enseñanza mucho más profunda: el poder divino que ahora muestra con Lázaro es el mismo poder por el cual Él mismo resucitará. ¡Sólo alguien que sea Dios tiene este poder! Es decir, Jesucristo es Dios: su propia Resurrección por su propio poder será el aval definitivo de esta verdad. Y esta verdad es la que nos puede salvar a nosotros, la única que nos resuelve la esperanza (y deseo) de eternidad.

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