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Temas evangeli.net

¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. La palabra de Dios
    1. «¿No podéis descubrir los signos de los tiempos?» (Mt 16,3)
      1. La torpeza de los corazones endurecidos

1o) «¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo?» (Lc 12,56). Jesús se quejó por un doble motivo…

2o) «Y qué signo haces tú (…) para que te creamos?» (Jn 6,30). Por un lado, continuamente le pedían pruebas, milagros, signos, demostraciones. Esta insidia acompañó a Jesús toda su vida: el Diablo, en el desierto; Herodes, en las horas de la Pasión; los príncipes de los sacerdotes al pie de la Cruz…

Hoy no ha cambiado la cosa: si Dios existe, debiera demostrarlo. ¡Esto es hipocresía! ¿Exigir a Dios que demuestre su existencia? Esto supone degradar a Dios y empequeñecer al hombre (Ampliación: Dios no se deja someter a experimentos). En todo caso, ante Dios nos hemos de mover con confianza, y los milagros no son el expediente para resolver nuestra fe. Lo que nos conviene es oración y humildad: «Dejemos que Dios sea Dios» (Benedicto XVI).

3o) «Viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden» (Mt 13,13). Por otro lado, resulta que mientras estamos exigiendo milagros somos incapaces de leer el lenguaje de Dios: Él nos habla, Él nos escribe…, pero no lo captamos, ni le entendemos (por la falta de fe).

Sabemos anticipar qué tiempo hará en las próximas horas (y días), pero no sabemos reconocer Su presencia. Y, ¡atención!: una de las ocasiones en que le pidieron un singo del cielo fue después de una multiplicación de panes y peces (¿?). Ven y no ven; ven y todavía quieren ver más… En fin, «vuestra casa se os va quedar desierta» (Mt 23,38), los advirtió Jesucristo (es decir: —¡Me estáis echando!).

4o) «Padre Abrahán, si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán» (Lc 16,30). Insistimos en el punto anterior: es la propia actitud de desconfianza hacia Dios la que inhabilita, incluso, para reconocer / aceptar los milagros… A Dios no le gusta ser puesto a prueba. En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, Jesús deja claro que «si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos» (Lc 16,31). De hecho, Jesucristo resucitó a Lázaro (de Betania, hermano de Marta y María) —milagro que no podían negar— y pocos días después llevaron a Jesucristo a la crucifixión. No hay peor ciego que el que no quiere ver…

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