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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre escatológico
    1. «Discontinuidad dentro de la continuidad»

Jesús resucitado es Aquél mismo que poco antes había sido crucificado y muerto. Pero, al mismo tiempo, ha sufrido ciertas transformaciones: es el mismo, pero no como antes. Se ha presentado en medio de ellos estando las puertas cerradas (cf. Jn 20,29), cosa que no habría sido habitual antes de morir; María Magdalena lo ve, pero no alcanza a reconocerlo sino cuando Él, con su tono de voz tierno, pronuncia el nombre de ella (cf. Jn 20,16); los dos discípulos de Emaús, a pesar de que le escuchan durante un buen rato por el camino, no le reconocen hasta ver el característico gesto de partir y distribuir el pan (cf. Lc 24,30-31); se aparece en la orilla del lago y, al verle, no le reconocen (al menos, no reaccionan) hasta que se consuma una nueva pesca extraordinaria (cf. Jn 21,1-7).

Hay una continuidad, ya que se trata del mismo Cuerpo; pero, simultáneamente, hay discontinuidad: no es exactamente como antes (hay una diversidad cualitativa). Más bien dicho, hay como una cierta discontinuidad en medio de una fundamental continuidad. Este factor debe ser tomado en cuenta cuando reflexionemos sobre el amor del hombre histórico que deviene hombre escatológico.

En este sentido es también muy sintomático lo que afirma el Concilio Vaticano II en relación a la tierra nueva y al cielo nuevo: «No conocemos tampoco el modo en que se ha de transformar el cosmos» (GS 39). Este “transformar” —que es distinto del simple “aniquilar”— ya da idea de discontinuidad-continuidad. Pero, a la vez, el Concilio advierte contra lo que podríamos denominar un “exceso de visión escatológica” de aquéllos que, pensando que el mundo presente está destinado a desaparecer, pierden interés por su cultivo: «La esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino más bien estimular el empeño por cultivar esta tierra en donde crece ese Cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo» (Ibidem). Es decir, la configuración del mundo futuro no es ajena a lo que ahora hagamos en el mundo presente. Por tanto, sin concretar los detalles —que no los podemos imaginar— sí que es cierto que aparece nuevamente este interesante elemento de continuidad entre el mundo presente y el futuro.

Estas consideraciones tienen una aplicación práctica para el hombre histórico: el amor del hombre escatológico está condicionado por el amor que este mismo hombre haya vivido en su etapa histórica. Lo que queremos decir, está muy bien expresado en lo que escribió el beato Josemaría: «Me llenó de gozo ver que comprendías lo que te dije: tú y yo tenemos que obrar y vivir y morir como enamorados, y “viviremos” así eternamente». Con otras palabras, el propio san Agustín, comentando el Salmo 148, expresaba la misma intuición: «Nadie será idóneo para la vida futura si no se ha preparado para ello». Es este elemento de continuidad lo que avala lo que antes sugeríamos del perfil “nupcial” que caracteriza al amor del hombre histórico.

Dando un paso adelante, estas reflexiones nos permiten sospechar que el amor de los esposos fieles en la etapa histórica ha de tener una cierta continuidad en la etapa escatológica. el sentido común (porque es una cuestión que pertenece a la esencia del amor) asociado al sentido sobrenatural nos confirma este presentimiento: nadie podrá negar que, de la misma manera que Santa María, ya en la eternidad, sigue siendo la Madre de Jesús, a la vez, la relación esponsalicia que Ella vivió con san José en la Tierra ha de tener algún reflejo en la eternidad. Ellos dos —ahora ya en la eternidad— no son unos simples conocidos, ni tan sólo dos simples hermanos en la fe la dimensión esponsalicia que presidió su relación en la vida terrenal, de alguna manera, ha de tener una continuidad en la vida eterna (mucho más si se trata de una eternidad en comunión con Dios).

Juan Pablo II, con finura y prudencia incomparables, nos orienta hacia esta intuición: «Al hablar del cuerpo glorificado por medio de la resurrección en la vida futura, pensamos en el hombre varón-mujer, en toda la verdad de su humanidad: el hombre que juntamente con la experiencia escatológica del Dios vivo (en la visión “cara a cara”), experimentará precisamente este significado [esponsalicio] del propio cuerpo. Se tratará de una experiencia totalmente nueva y, a la vez, no será extraña, en modo alguno, a aquello en lo que el hombre ha tenido parte “desde el principio”, y ni siquiera a aquello que, en la dimensión histórica de su existencia ha constituido en él la fuente de la tensión entre espíritu y el cuerpo, y que se refiere más que nada precisamente al significado procreador del cuerpo y del sexo. El hombre del “mundo futuro” volverá a encontrar en esta nueva experiencia del propio cuerpo precisamente la realización de lo que llevaba en sí perenne e históricamente, en cierto sentido, como heredad» (AG 13.I.82, 5).

Aun con todo, no podemos entrar en mayores concreciones, ya que, si es cierto lo que hemos dicho hasta ahora, no es menos cierto que, a la vez, hay un factor de discontinuidad: el qué del amor no cambia, pero sí el cómo. Lo que nos corresponde es analizar los factores de discontinuidad y ver cómo afectan al estilo del amor del hombre escatológico.

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