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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)
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El amor del hombre escatológico
- «Justa ordenación de les realidades». La intimidad en la eternidad
«Justa ordenación de les realidades». La intimidad en la eternidad
Un primer factor de discontinuidad es el distinto “comportamiento” que, en el futuro, ha de tener el cuerpo humano en régimen de eterna comunión con Dios: tendremos el propio cuerpo, pero con características distintas, porque su relación con el alma se habrá modificado (el espíritu “dominará” completamente a la materia).
Éste es el momento de invocar el principio de la «justa ordenación de las realidades». La realidad espiritual es más perfecta que la material. Baste recordar lo que ya se ha dicho: mientras que la actividad espiritual (conocer y amar) “rejuvenece” sin límites mediante su correcta ejercitación, la realidad material, por el contrario, se agota y envejece. ¡Cuántos matrimonios (y personas) conocemos que han envejecido corporalmente y, a la vez, se aman mucho más que cuando se comprometieron!
A pesar de su mayor nobleza, el espíritu del hombre histórico no siempre puede “dominar” o guiar fácilmente el cuerpo material y las tendencias sensitivas (por ejemplo, los sentimientos no siempre juegan a favor de la recta razón). De hecho, se requiere un ejercicio de la voluntad (el entrenamiento del cuerpo, que ya hemos mencionado). Esta dificultad que el espíritu encuentra para actuar aún crece más cuando el cuerpo padece enfermedad o debilidad. Un agotamiento corporal o una disfunción orgánico-corporal (una enfermedad) todavía complican más las cosas. Incluso, una lesión orgánica grave en el cerebro o en el sistema nervioso puede inhibir la capacidad intelectual de una persona.
La Revelación nos proporciona un dato interesante. El hombre de los orígenes, en el estado de justicia original (antes del pecado original), vivía en una profunda armonía: entre él y su Creador, entre la mujer y el hombre, entre los hombres y el resto de la creación, y, sobre todo, vivía la propia armonía interior. Esto significa que «mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir» (CEC 376) y, además, «el hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (...), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón» (CEC 377).
Esta situación de profundo equilibrio entre su espíritu y su cuerpo material se vio trastornada cuando el hombre cometió el “des-orden” moral original: «El hombre “histórico”, como consecuencia del pecado original, experimenta una imperfección múltiple de este sistema de fuerzas [corpóreas y espirituales], que se manifiesta en las bien conocidas palabras de san Pablo: ‘Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente’ (Rom 7, 23)» (AG 9.XII.81, 1). Así, desde aquel momento, el hombre histórico padece una especie de “des-armonía” interior, que —en parte— puede aliviar con la ejercitación de las virtudes naturales y con la ayuda de la gracia redentora.
La Revelación, sin embargo, nos consuela cuando nos hace saber que el cuerpo humano será resucitado por el poder de Jesucristo y, por lo que se refiere a los cuerpos de las personas en comunión con Dios, éstos se verán perfeccionados con algunas cualidades, de las que después diremos alguna cosa más. En todo caso, la realidad material quedará totalmente supeditada al espíritu: el hombre escatológico, por obra de Dios, experimentará una profunda espiritualización de su cuerpo. Este proceso de espiritualización comportará no solamente la “restitución” del equilibrio de fuerzas como en los orígenes (“restitutio in integrum”), sino que también la “plenitud” de la humanidad, es decir, (entre otros aspectos) «la perfecta sensibilidad de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu humano en la verdad y en la libertad» (AG 10.II.82, 4). Por fin, lo que es más noble (el espíritu) no se verá limitado por lo que es menos noble (la materia), sino todo lo contrario. Esto es parte de la justa ordenación de las realidades en el más allá.
Este factor de discontinuidad afectará profundamente al amor del hombre escatológico. En concreto, la capacidad de intimidad del hombre escatológico crecerá hasta el punto que ahora no podemos ni tan sólo sospechar. Efectivamente, «en la eternidad, para los enamorados —es decir, para los santos— el cuerpo glorioso será motivo de mucha felicidad, gozo y alegría. Ahora no podemos saber ni imaginar, en concreto, cómo se articulará la vivencia eterna de un amor que en esta vida ha sido “esponsalicio” (...). Ciertamente, no habrá relación sexual (ya que habrá terminado la misión procreadora), pero podemos suponer que no faltará el aspecto unitivo (de comunicación interpersonal), para lo cual no será ya necesaria dicha relación (ni se echará en falta): el espíritu dominará de tal manera el cuerpo que habrá tanta compenetración entre los santos como sean capaces de desear sus espíritus. Es cuestión de entrar en la eternidad muy enamorados y jóvenes».
Los santos, como han podido, han tratado de explicarlo con imágenes gráficas, que, lógicamente, siempre se quedan cortas. Por ejemplo, san Agustín de Hipona, comentando el Salmo 26, afirmaba que «allá no padecerás límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquél que os posea a ambos».
Precisamente, también en virtud de este principio de la justa ordenación de las realidades, resultará que la belleza corporal será proporcionada al grado de belleza espiritual: el cuerpo será un fiel espejo del espíritu. Los más enamorados, es decir, los más santos serán los más felices al participar —gracias a su mayor capacidad— más profundamente en la Verdad y en el Bien, lo cual significa participar más intensamente en la Belleza del Amor. La cuestión reside en salir del tiempo muy enamorados. «La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra».
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