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Evangelio de hoy + breve explicación teológica

17 de noviembre: Santa Isabel de Hungría
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Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «(…) A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto!

»(…) Prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (…)».

Santa Isabel de Hungría (1207-1231)

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy quiero hablaros de santa Isabel de Hungría, también llamada Isabel de Turingia. Isabel vivió en la corte húngara sólo los primeros cuatro años de su infancia. Según las costumbres de aquel tiempo, su padre había decidido que Isabel se convirtiera en princesa de Turingia. Isabel dejó su patria con una rica dote y un gran séquito.

Tras un largo viaje llegaron a Eisenach, para subir después a la fortaleza de Wartburg. Allí se celebró el compromiso entre Luis de Turingia e Isabel. Pese a que el noviazgo se había decidido por motivos políticos, entre los dos jóvenes nació un amor sincero, animado por la fe y el deseo de hacer la voluntad de Dios. Isabel practicaba asiduamente las obras de misericordia.

Su matrimonio fue profundamente feliz: Isabel ayudaba a su esposo a elevar sus cualidades humanas a nivel sobrenatural, y él, en cambio, protegía a su mujer en su generosidad hacia los pobres y en sus prácticas religiosas. Una dura prueba fue el adiós a su marido, a finales de junio de 1227 cuando Luis IV se unió a la cruzada del emperador Federico II. Sin embargo, Luis cayó enfermo y murió.

—Isabel pasó los últimos tres años de su vida en el hospital que ella misma había fundado, sirviendo a los enfermos, velando por los moribundos. Siempre trataba de realizar los servicios más humildes. En la noche del 17 de noviembre (1231) se durmió dulcemente en el Señor. Los testimonios de su santidad fueron tantos que, sólo cuatro años más tarde, el Papa Gregorio IX la proclamó santa.