Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)
»Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá».
«Haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)Hoy rendimos homenaje a santa Isabel de Hungría (1207-1231): una mujer de la más alta categoría social desempeñando servicios que, a ojos mundanos, se considerarían como lo más bajo y humilde. Pero a “ojos de Dios” —la verdadera medida— no hay nada definitivamente bajo y humilde: la grandeza depende del amor. Por ejemplo, las dos pequeñas monedas, que aquella viuda pobre echó en el tesoro del Templo, no pasaron desapercibidas a los ojos de Cristo: no sonaron las trompetas, pero Jesús dijo que esa mujer echó «más que todos» (Lc 21,3), porque se entregó a sí misma al dar todo lo que tenía.
Así obró Isabel de Hungría: por su destino social (princesa de Turingia), ella tuvo mucho, pero también dio mucho a quienes nada tenían. Y lo hizo sin miramientos ni respetos: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25,40). Se cuenta que su esposo —Luis, conde de Turingia-Hesse—, refiriéndose a la atención que ella dispensaba a los pobres, le dijo: «Querida Isabel, es a Cristo a quien has lavado, alimentado y cuidado».
No le faltaron críticas por su modo de obrar. Afortunadamente, Luis consentía de buen grado en la magnificencia de su joven esposa. De hecho, «la celebración del matrimonio no fue suntuosa y el dinero de los costes del banquete se dio en parte a los pobres» (Benedicto XVI). La actitud de la princesa Isabel, con la complicidad de su esposo, es un ejemplo para quienes ocupan cargos de responsabilidad: la autoridad debe vivirse como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común.
Isabel enviudó siendo todavía muy joven. A partir de entonces se entregó aún más plenamente a las obras de misericordia con los más desfavorecidos. Según refiere quien fue su director espiritual —fray Conrado de Marburgo— Isabel «construyó un hospital, recogió a enfermos e inválidos y sirvió en su propia mesa a los más miserables y desamparados».
Tras su fallecimiento, fue canonizada muy pronto (1236), convirtiéndose en un símbolo de caridad cristiana para toda Europa.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«¿Cómo puedo yo, criatura miserable, seguir llevando una corona de dignidad terrena, cuando veo a mi Rey Jesucristo coronado de espinas?» (Santa Isabel de Hungría)
«Santa Isabel de Hungría es un verdadero ejemplo para todos aquellos que ocupan cargos de mando: el ejercicio de la autoridad debe vivirse como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común» (Benedicto XVI)
«Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. ‘El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo’ (Mt 20,26). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.235)