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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

17 de noviembre: Santa Isabel de Hungría
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Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.

»Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

«Haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy rendimos homenaje a santa Isabel de Hungría (1207-1231): una mujer de la más alta categoría social desempeñando servicios que, a ojos mundanos, se considerarían como lo más bajo y humilde. Pero a “ojos de Dios” —la verdadera medida— no hay nada definitivamente bajo y humilde: la grandeza depende del amor. Por ejemplo, las dos pequeñas monedas, que aquella viuda pobre echó en el tesoro del Templo, no pasaron desapercibidas a los ojos de Cristo: no sonaron las trompetas, pero Jesús dijo que esa mujer echó «más que todos» (Lc 21,3), porque se entregó a sí misma al dar todo lo que tenía.

Así obró Isabel de Hungría: por su destino social (princesa de Turingia), ella tuvo mucho, pero también dio mucho a quienes nada tenían. Y lo hizo sin miramientos ni respetos: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25,40). Se cuenta que su esposo —Luis, conde de Turingia-Hesse—, refiriéndose a la atención que ella dispensaba a los pobres, le dijo: «Querida Isabel, es a Cristo a quien has lavado, alimentado y cuidado».

No le faltaron críticas por su modo de obrar. Afortunadamente, Luis consentía de buen grado en la magnificencia de su joven esposa. De hecho, «la celebración del matrimonio no fue suntuosa y el dinero de los costes del banquete se dio en parte a los pobres» (Benedicto XVI). La actitud de la princesa Isabel, con la complicidad de su esposo, es un ejemplo para quienes ocupan cargos de responsabilidad: la autoridad debe vivirse como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común.

Isabel enviudó siendo todavía muy joven. A partir de entonces se entregó aún más plenamente a las obras de misericordia con los más desfavorecidos. Según refiere quien fue su director espiritual —fray Conrado de Marburgo— Isabel «construyó un hospital, recogió a enfermos e inválidos y sirvió en su propia mesa a los más miserables y desamparados».

Tras su fallecimiento, fue canonizada muy pronto (1236), convirtiéndose en un símbolo de caridad cristiana para toda Europa.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «¿Cómo puedo yo, criatura miserable, seguir llevando una corona de dignidad terrena, cuando veo a mi Rey Jesucristo coronado de espinas?» (Santa Isabel de Hungría)

  • «Santa Isabel de Hungría es un verdadero ejemplo para todos aquellos que ocupan cargos de mando: el ejercicio de la autoridad debe vivirse como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común» (Benedicto XVI)

  • «Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. ‘El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo’ (Mt 20,26). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.235)

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