Hoy consideramos un misterio entrañable de la redención, aunque poco conocido. La Tradición sostiene —y así lo celebra la liturgia— que la pequeña María fue ofrecida al Señor por sus padres, Joaquín y Ana. Eso se hizo por medio de la Presentación, es decir, llevando a María al Templo.

Éste fue, simultáneamente, un hecho extraordinario y normal. “Extraordinario” porque los padres judíos tenían el deber religioso de presentar al Señor el primer hijo, no si era mujer, sino “varón” (como lo hicieron María y José con Jesús a sus 40 días). “Normal” si consideramos que entre las vidas de María y de Jesús hay un paralelismo teológico nítido: es “normal” que la pequeña María fuera ofrecida a Dios porque desde su misma concepción (inmaculada) era toda del Señor (y así vivió ella su adolescencia). No era consciente de su Inmaculada Concepción (no lo supo hasta que se lo dijo el Arcángel Gabriel), pero sí que era consecuente…

—Aquel día de la Presentación, el Templo recibió por primera vez a Dios (aunque nadie lo notara): María llevaba al Espíritu Santo.