Hoy celebramos este santo, Javier, que es prototipo de misioneros en la línea de la misión universal de la Iglesia. Su motivación fue el amor evangélico a Dios y al hombre, con atención primordial a lo que en él tiene valor prioritario: su alma, donde se juega el destino eterno del hombre. Este principio evangélico estimuló su vida interior. El celo por las almas fue en él una “apasionada impaciencia”. Sintió, como otro Pablo, el apremio incontenible de una conciencia plenamente responsable del mandato misionero y del amor de Cristo (cf. 2Cor 5,14), pronto a dar la vida temporal por la salud espiritual de sus hermanos.

Este santo tuvo clara conciencia de que la fe es don de Dios, y fundó su confianza en la oración, que practicó con asiduidad, acompañándola con sacrificios y penitencias; y pidió también a los destinatarios de sus cartas la ayuda de sus oraciones.

—San Francisco Javier modeló su identidad en la aceptación plena de la voluntad de Dios y en la comunión con la Iglesia y sus representantes, traducida en obediencia y fidelidad de mensajero; y actuó siempre con visión y horizontes universales, en sintonía con la misión de la Iglesia, sacramento universal de salvación.