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Temas Un nuevo tiempo Madre Bienaventurada

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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. La palabra de la Madre de Dios
    1. «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48)

1o) «Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42). Con estas palabras santa Isabel —encontrándose «llena del Espíritu Santo» (Lc 1,41)— recibió a Santa María en su casa, la casa de Zacarías.

Pudiera parecer presuntuoso que María dijera de sí misma que «me llamarán bienaventurada todas las generaciones», y no han faltado autores que han pretendido hacer notar ahí una falta de humildad de María (¿?). Pero fue el Espíritu Santo el primero en dar cumplimiento a esta profecía, ya que Él mismo fue quien movió a santa Isabel a expresar tal proclamación.

2o) «Mis palabras no pasarán» (Lc 21,33). Las palabras del Señor no han pasado, no han pasado de largo ni se han apagado. Por lo que se refiere a su Madre, el clamor de alabanza a Ella no ha hecho más que aumentar siglo tras siglo:

a) ¡Todas las generaciones y todo el mundo! ¿Parece una exageración? ¡Pues no lo es! Preguntémonos, por ejemplo: ¿cuántas veces hoy mismo repetimos en el mundo entero “bendita tú eres entre todas las mujeres”? Millones y millones de veces: incalculable. ¡En un solo día! Y así cada día. En fin, que el Espíritu Santo no se equivocó…

b) No hay en todo el mundo una mujer tan recordada, tan alabada, tan amada, tan visitada como María Santísima. Algunas cifras (visitantes/peregrinos por año): Guadalupe: 20 millones; Lourdes: 5 millones; Fátima: 4-5 millones. «Mis palabras no pasarán» (Ampliación: La devoción popular mariana).

3o) «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Ya se ha dicho: María —por voluntad de Dios— acompaña (¡preside!) a la Iglesia desde el primer momento: de una manera expresa y explícita desde instantes antes de que Jesús expirase.

El encargo que recibe Ella («Mujer, aquí tienes a tu hijo») y el correlativo que recibimos nosotros («aquí tienes a tu madre») llegan en el momento más álgido de la historia de la Humanidad:

a) «Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya realizado (…), dijo: ‘Todo está consumado’. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,27-28.30).

b) Jesucristo, antes de “desnudarse” totalmente (desnudo lo pusieron en la Cruz, como desnudo lo puso María en el pesebre), ya a punto de entregar la vida, se desprendió de la única “posesión” que le quedaba en este mundo: Su propia Madre. «Aquí tienes a tu madre».

c) Durante su vida terrenal, María vio “marchar” a su Hijo en diversas ocasiones: cuando Jesús comenzó su ministerio público, el día del Calvario y el día de la Ascensión. En este último, Ella se quedó con nosotros: «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús» (Hch 1,14).

4o) «Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí...» (Jn 19,26). Este discípulo, tal como es bien sabido, es Juan. En él, desde siempre, todos nos hemos visto representados, en fin, toda la Iglesia. Y Santa María siempre ha tenido un lugar preeminente en la Iglesia… Finalmente, san Pablo VI, clausurando el Concilio Vaticano II la proclamó solemnemente “Mater Ecclesiae”: «Para su gloria y para consuelo nuestro, proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios». Era el 21 de noviembre de 1964: ¡una fecha para no olvidar! (Ampliación: Santa María, Madre de la Iglesia).

¡Preside porque es madre! Esta Madre no ha dejado de acompañarnos y, cuando Ella ha querido, nos ha hablado: ¿por qué?; ¿qué ha dicho?; ¿pasarán sus palabras?

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