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Jesús en los Misterios del Rosario

  1. Misterios de Gloria
    1. La Asunción de la Virgen

Hay un evidente paralelismo entre las vidas de Jesús y de su Madre (la principal “corredentora”). En concreto, si Ella vivió de modo eminente la pasión de su Hijo, también es justo que participe especialmente de la gloria del Hijo. Por eso, los Misterios de Gloria tienen como colofón dos misterios referidos a María Santísima. Por lo pronto, Ella —como su Hijo— ya se encuentra en el Cielo en cuerpo y alma: éste es el misterio de la Asunción.


1º) «Una gran señal apareció en el Cielo: una mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La Asunción de María al Cielo es como la “coronación” de su vocación: empezó con el fiat («cúmplase», en la Anunciación) y se consumó en este 4º Misterio de Gloria. San Bernardo contempló este misterio con una preciosa intuición: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo!» (Ampliación: «Proclama mi alma la grandeza del Señor»).

2º) «Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). ¡Todos recordamos la escena! Avisan a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte» (Lc 8,20), y Jesús dijo lo que dijo. Parece como si se desentendiera de su Madre. Pero no era así, sino que pronunció esas palabras siendo consciente de que en Ella se cumplían fielmente. ¡Era un elogio a su Madre! Para María escuchar la Palabra de Dios y cumplir la Su voluntad era la razón de ser de su vida.

En consecuencia, para Santa María la muerte —la salida del tiempo y entrada en la eternidad— no tenía un sentido de final sino de plenitud, como si se “durmiera en Dios”: ir a la Casa del Padre, encontrándose para siempre con el Hijo e inundada más que nunca por el Espíritu Santo. De ahí el clásico debate acerca de si la Virgen se “durmió” o “murió”. San Juan Pablo II zanjó la cuestión con las siguientes palabras: «Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una “dormición”».

3º) «Bendita eres entre todas las mujeres» (Lc 1,42): en el Misterio de la Asunción se cumple especialmente la profecía de santa Isabel. En efecto, sólo en Santa María se ha dado el privilegio de entrar TODA Ella —cuerpo y alma— en el cielo. Ella nos ha precedido en la Gracia; Ella nos precede en la glorificación (“divinización”) del cuerpo humano.

Ninguna otra mujer ha sido tan alabada y querida como Santa María, la Madre de Jesucristo. Realmente Ella es «bendita entre todas las mujeres» (Ampliación: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada»).