Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia
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Avisos, milagros y castigos
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Advertencias (“avisos”)
- «Si no os convertís...»
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Advertencias (“avisos”)
¡Avisos, milagros y castigos! Esta tripleta, con diversas variantes y matices, ha estado presente en las apariciones de la Madre de Dios. Garabandal y Medjugorje aportan una novedad: al ser apariciones tan y tan reiteradas, la Virgen María ha hablado de muchas otras cosas, pero la “famosa tripleta” ha estado marcadamente presente con un sentido de urgencia y de ultimátum. ¿Qué sentido tiene cada uno de estos componentes?
1o) «Si no os convertís, todos pereceréis igualmente» (Lc 13,3.5). En la antigüedad, en el imaginario de la gente era normal pensar que si alguien (o alguna sociedad) sufría algún desastre (enfermedad, terremoto, derrota militar…) era porque se había ofendido a alguna “divinidad” (o, en la mentalidad judía, porque se había cometido algún pecado). «¿Pensáis que estos galileos —cuya sangre Pilato había mezclado con la sangre de sus sacrificios— eran más pecadores que todos los galileos (…)? No, os lo aseguro; pero si no os convertís…» (Lc 13,1-3):
a) Esta respuesta, tan severa, Jesús la reiteró a propósito de otra desgracia de aquellos días: el derrumbamiento de la torre de Siloé que causó 18 muertos: «Si no os convertís, todos moriréis igualmente».
b) Del ciego de nacimiento ya hemos hablado: sobre él recayó también la sospecha de pecado («¿Quién pecó para que naciera así?»). La misma santa Isabel (pariente de Santa María y madre de Juan Bautista), porque era estéril, también sufría el oprobio entre los hombres (a pesar de que ella y su marido llevaban una vida irreprochable: cf. Lc 1,6)…
c) ¿Qué decir de todo eso? La enseñanza de Jesucristo es que entre el pecado y los males del mundo hay una conexión, si bien no necesariamente “mecánica” (directa y automática), como muchos juzgaban. Ya en el Libro de Job —que forma parte de la literatura bíblica sapiencial— encontramos una reflexión moral importante sobre los diversos sentidos y significados de los sufrimientos, cuestionando la concepción “mecanicista” entre el pecado y el dolor.
2o) «A Él, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en Él justicia de Dios» (2Cor 5,21). Con todo, la respuesta más profunda sobre el porqué y el sentido del dolor la dio el mismo Jesucristo desde la Cruz. San Juan Pablo II lo explicó magníficamente en su carta Dolores Salvifici, acerca del sentido purificador del Sufrimiento del Redentor:
a) Jesucristo —el Hijo de Dios— es el santo de los santos, pero sufre por culpa del (nuestro) pecado. Desde aquel día, el sufrimiento humano tiene un nuevo sentido, precioso, profundo…
b) El dolor se transforma en una llamada de Dios: «‘Sígueme’, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza mediante mi Cruz» (nº 26).
c) He aquí la “gran revolución” cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo, de un mal hacer un bien, explicará san Josemaría. Realmente, éste es el triunfo definitivo de la caridad: es capaz de perdonar transformando la ofensa en ocasión de amor.
3o) «A tu misma alma la traspasará una espada» (Lc 2,35). ¡El dolor de una espada! ¡María sí que sabe lo que es el dolor! Precisamente, una de sus advocaciones más populares es Nuestra Señora de los Dolores. María es santísima, pero sufre por culpa del (nuestro) pecado.
4o) «Si en el leño verde hacen esto, ¿qué será en el seco?» (Lc 23,31). Ésta es la breve reflexión del mismo Jesucristo ante las buenas mujeres que se compadecían al verle en el “Camino de la Cruz” (el Via Crucis). «¿Qué será en el seco?». Las reiteradas advertencias de María no son retórica, sino un eco de lo que Jesús nos advirtió hace 2.000 años: «¿Qué será en el seco?». ¡Nada nuevo! (excepto lo de la urgencia):
a) «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28). Contemplando el rostro desfigurado de Jesucristo —terriblemente torturado— no nos debiera sorprender ninguna desgracia —fruto de la crueldad humana— que pueda producirse en este mundo… Dejados de la mano de Dios, los hombres somos muy “bestias”.
b) Dios no nos amenaza, sino que nos avisa (últimamente con más insistencia a través de su Madre). Entre medio se encuentra nuestra libertad: no nos hemos de imaginar, simplemente, un Dios enfadado enviando desgracias al mundo; somos nosotros mismos quienes nos las provocamos a base de acumular millones de pecados personales y sociales. La libertad, desvinculada de la verdad, se nos vuelve en contra.
La “Señora del Rosario” en Fátima advirtió anticipadamente de algunos males que podrían llegar al mundo si la Humanidad no se convertía del pecado y no rezaba. ¿Qué ha sido, sino, la II Guerra Mundial, con millones de muertos? ¿Qué ha sido, sino, el comunismo, con millones de vidas humanas masacradas? ¿Qué ha sido, sino, la enorme brecha socio-económica entre unos y otros? Etc.
¿Es, por ventura, Dios quien ha “enviado” las Guerras Mundiales? (¿y todas las otras guerras que nos inventamos los hombres?). ¿Es Dios quien ha inducido la tortura y el asesinato de millones de hombres a manos de los regímenes de terror? ¿Es Dios quien desea la opresión económica sobre millones de seres humanos indefensos?
c) Se suele decir que “el hombre propone y Dios dispone”. En esta cuestión deberíamos cambiar el orden de los factores: “Dios propone y el hombre dispone”. ¡Las guerras nos las montamos nosotros mismos por no hacer caso a Dios! Y cuando nos preguntan a los creyentes —‘¿Dónde estaba Dios?’ quizá deberíamos responderles: —En la Cruz, defendiendo nuestra libertad.
d) «Entonces comenzarán a decir a los montes: ‘Caed sobre nosotras’; y a los collados: ‘Sepultadnos’» (Lc 23,30). Estamos MUY ADVERTIDOS: sorprende que con todos los avisos de Santa María durante la era de la Modernidad (ya llevamos algunos siglos), estemos donde estamos.
No hemos tenido bastante con el “siglo del terror” (la expresión es de san Juan Pablo II) y, podría pasar que lleguen unos días en los que muchos, antes que continuar viviendo, preferirán decir a las montañas: «Caed sobre nosotros». Quizá no habría más remedio para salvar misericordiosamente a la creación… Porque, si Dios no lo impidiera…
26 de diciembre
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