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Temas evangeli.net

¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. Avisos, milagros y castigos
    1. ¿Milagros?
      1. «El viento sopla donde quiere» (Jn 3,8)

1o) «Por las manos de los apóstoles se obraban muchos milagros y prodigios» (Hch 5,12). ¡La cuestión de los milagros! No son cosa sólo del pasado, como tampoco es sólo del pasado la incredulidad de muchos ni que vean milagros…

El poder del Señor acompañó especialmente a la incipiente predicación de los Apóstoles. Pero lo más sorprendente es que siglos más tarde todavía suspiremos por los milagros. La historia lo muestra: ¿qué presiones no tuvieron que sufrir Bernadette, los pastores de Fátima, las videntes de Garabandal, etc.? Los pobres videntes acababan diciendo a Santa María: —Si ven un milagro, creerán en ti… De milagros andamos sobrados: en el Nuevo Testamento, en Lourdes, ¡y en cincuenta mil lugares más!

2o) «Si no veis signos y prodigios, no creéis» (Jn 4,48). Y viéndolos algunos tampoco creen. Fe y obediencia, esto es lo que necesitamos. Bernadette, a punto de morir, se lamentaba: —No me creen, no me creen (a pesar de que ya hacía años que en el manantial de Massabielle se producían todo tipo de prodigios analizados, comprobados, catalogados…).

Los milagros pueden ayudar, pero no son la solución definitiva… Fe, fe, fe y obediencia, obediencia, obediencia (Ampliación: ¿Quién puede reconocerle como Dios?). «Sacrificio y ofrenda no quisiste (…). Entonces dije: ‘Aquí vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad’» (Heb 10,5.7). Nos salvamos por la fe personal de cada uno, manifestada en la obediencia a Dios, no por lo milagros: éstos no pueden substituir ni nuestra oración ni la fe personal en Dios.

Santa Bernadette describía la psicología de la Señora: le gustan particularmente la penitencia y la obediencia. Así, antes de que naciera el manantial de Massabielle, Bernadette —exponiéndose al ridículo ante el gentío que esperaba ansiosamente un milagro— comió hierba por obediencia: la Señora le pedía que bebiera del agua que tenía que brotar, y la vidente buscaba, escarbaba en la hierba del suelo… Al encontrar sólo un poco de barro húmedo, intentó beber (comer) aquel barro. Lo acabó vomitando. ¡Todo un espectáculo!, con la cara embarrada.

Pero al cabo de un rato…, cuando Bernadette ya se había retirado del lugar, comenzó a brotar un hilo de agua, y después un reguero de agua, y después una fuente de agua… y ahora los enfermos pueden ahí tomar baños. Allí se han producido miles de curaciones inexplicables (sobre todo, sanaciones de la esperanza, de la esperanza que salva).

3o) «Viendo que tenía fe para ser salvado, [Pablo] dijo con voz fuerte: —¡Ponte de pie! ¡Derecho! Él dio un salto y empezó a caminar» (Hch 14,9-10). Los hechos tuvieron lugar en Listra, mientras un hombre inválido de nacimiento escuchaba atentamente a Pablo. El enfermo no pidió el milagro, pero… Entonces, «la muchedumbre, al ver lo que Pablo había hecho, levantó la voz…» hasta el punto de que confundían a Pablo y Bernabé con dioses…

Se repite la misma historia de siempre: las almas —en general— reaccionan con entusiasmo ante el “milagro”, pero estos milagros y/o hechos extraordinarios (manifestados en la naturaleza) tienen efectos ambivalentes: dependen de las disposiciones y de la formación en la fe de cada alma. No todos reaccionan favorablemente, y, entre quienes reaccionan, la reacción de entusiasmo crece como la espuma, pero —después de la euforia inicial— frecuentemente se deshincha tan rápidamente como la espuma.

Ya hemos mencionado cómo lo sufrió Jesucristo: una semana después de resucitar a Lázaro —siete días muerto—, Cristo aparece clavado en la cruz. Las multiplicaciones de panes, después del entusiasmo inicial, acaban con la deserción generalizada, hasta el punto de que Jesús pregunta a los doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67). Qué consuelo para el Señor, en aquel momento, la respuesta de Simón Pedro: «Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69).

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