Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia
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Avisos, milagros y castigos
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¿Castigos “divinos”?
- La pregunta (ingenua): “El buen Dios, ¿es capaz de castigar?”
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¿Castigos “divinos”?
1o) «Es bueno dar gracias al Señor (...), anunciar de mañana tu misericordia, y de noche tu fidelidad [verdad]» (Sal 92,2-3). “Misericordia” (=amor) y “Fidelidad” (=verdad, exigencia): un tándem indisociable.
El amor no es cualquier cosa… Y, lo que es más dramático: con el abuso (mal-uso) de nuestra libertad, podríamos estar desaprovechando (“anulando”) el aspecto más tierno del Amor divino: su Misericordia. Es realmente un misterio el hecho de que la libertad humana pueda oponerse (“bloquear”) a la Voluntad de Dios; esto es posible, esto es real, pero tiene un “coste”:
a) «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Un solo hombre podía afirmar esto de sí mismo: Jesucristo (porque era y es Dios). Fuera de Él no hay ni camino, ni vida. Negarlo es un suicidio: ¡la verdad es insustituible!
b) «En verdad os digo que todo se les perdonará a los hijos de los hombres (…); pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno» (Mc 3,28-29). Es decir, con palabras llanas: un hombre puede tener debilidades, pero lo que no le conviene en modo alguno es hacer el “fantasma” (faltar a la fe, reírse de Dios).
c) «No os engañéis: de Dios nadie se burla» (Gal 6,7). Comenta Benedicto XVI: «Esa severidad del Señor, casi impaciencia, con los seres humanos, es algo que siempre me conmueve. Podemos extraer de ella una lección sobre el amor, que no es simplemente ternura, condescendencia, sino exigencia».
d) Con el lenguaje de san Juan Pablo II, el amor es hermoso, pero la belleza del amor descansa en su exigencia. Es decir: no hay amor “a la carta”, amor “caprichoso”… El amor no es cualquier cosa, sino que tiene sus “reglas de juego”: el pecado original consistió en —por decirlo de alguna manera— “flirtear” con las exigencias del amor.
2o) «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno» (Mt 25,41). Éste es el “castigo de Dios”: el mismo alejamiento de Dios elegido por el hombre. Es decir, «la ira de Dios revela que yo me he alejado del amor divino. Quien se aparta de Dios, quien se aparta del buen camino, se acerca a la ira (…). Si salgo del amor que me sustenta, entonces caigo sin más en el vacío, en la oscuridad. Entonces ya no estoy dentro del ámbito del amor, sino en otro que cabría considerar el ámbito de la ira» (Benedicto XVI):
a) «La verdad os hará libres» (Jn 8,32). ¿Qué significa “castigo” en el lenguaje divino? «Es la situación en la que entra el ser humano cuando se aleja de su auténtica esencia (...), o cuando le da la espalda a la verdad. Porque entonces el individuo utiliza su libertad, sí, pero también abusa de ella. Destruye y pisotea entonces aquello para lo cual ha sido creado, destruyéndose de ese modo a sí mismo» (Benedicto XVI).
b) Por tanto, «los castigos de Dios no son castigos en el sentido de que Dios establezca multas policiales y le guste perjudicarnos. En realidad la expresión “castigo de Dios” manifiesta que he errado en el buen camino y pueden sobrevenirme consecuencias posteriores por seguir huellas falsas y abandonar la verdadera vida» (Benedicto XVI).
3o) «Mientras [los amorreos] huían delante de Israel (...), el Señor hizo caer sobre ellos grandes piedras desde el cielo que dieron muerte a muchos. Murieron más por las piedras del granizo que por la espada de los israelitas» (Jos 10,11). ¿Esto puede pasar? ¡Sí!
a) También hubo un granizo en Egipto cuando el Faraón se negaba a cumplir la voluntad de Dios: «El Señor dijo a Moisés: ‘Extiende tu mano hacia el cielo y que caiga granizo en todo el país de Egipto (…)’. El Señor hizo llover granizo sobre el país de Egipto (…): cayó con tal fuerza como no lo había hecho en todo el país de Egipto, desde que fue fundado» (Ex 9,22-24). Era la séptima plaga que sufrió Egipto. ¿Esto puede suceder? ¡Sí! No se trata de historietas inventadas (de otro modo tendríamos que admitir que la Palabra de Dios engaña en multitud de lugares contando historietas falsas).
b) La voluntad de salvación por parte de Dios (su amor) es irrefrenable (más vale no oponerse), de manera que «sólo en el territorio de Gosen, donde habitan los hijos de Israel, no cayó el granizo» (Ex 9,26). ¿Esto puede pasar? ¡Sí!
c) «Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga» (Mc 9,47-48). Estas “intervenciones” divinas a través de la naturaleza (y muchas otras similares) pretenden, sobre todo, un efecto medicinal, de apartarnos del “precipicio” (la auto-degradación eterna).
De hecho, después de la “granizada universal” sobre Egipto —con un altísimo coste para el país entero— el Faraón reconoció su culpa: «He pecado esta vez. El Señor es justo, pero mi pueblo y yo somos impíos. Implorad al Señor, que cesen ya los truenos y el granizo» (Ex 9,27-28). Pero lo reconoció tarde… ¿No hubiera sido mejor para todos si el Faraón hubiese escuchado dócilmente la voz de Dios?
4o) «Y un pedrisco con granizos como de un talento de peso cayó del cielo sobre los hombres...» (Ap 16,21). ¿Cosas del pasado? Lo que hemos narrado de Moisés y de Josué son cosas que sucedieron, pero el Apocalipsis nos anuncia que —si es conveniente por una necesidad medicinal— éstas también son cosas del presente. ¿Puede pasar? ¡Sí!
a) «El Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, anuncia el juicio a la viña infiel. El juicio que Isaías preveía se ha realizado en las grandes guerras y exilios impuestos por los asirios y los babilonios. El juicio anunciado por el Señor Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén, el año 70. Pero la amenaza del juicio nos afecta también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a la Iglesia en Occidente en general» (Benedicto XVI).
b) «Arrepiéntete y practica las obras de antes. De lo contrario, iré adonde estás tú y desplazaré tu candelabro de su sitio…» (Ap 2,5). «El Señor grita también a nuestros oídos las palabras que dirigió en el Apocalipsis a la Iglesia de Éfeso. También se nos puede quitar a nosotros la luz, y haremos bien en dejar resonar en nuestra alma esta advertencia con toda su seriedad, gritando al mismo tiempo al Señor: ‘¡Ayúdanos a convertirnos! ¡Danos la gracia de una auténtica renovación! ¡No permitas que se apague tu luz entre nosotros! ¡Refuerza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para que podamos dar buenos frutos!’» (Benedicto XVI).