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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué tendremos que hacer?
    1. “Cuando” y “como” Dios quiera

1o) «Nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24,36). No sabemos el “cuándo”, pero conocemos “señales de alerta”. No sabemos el “qué”, pero sí que conocemos la gravedad de los avisos y de los castigos (siempre con intención “medicinal”). Y sabemos que Dios hará lo necesario para que salga adelante Su Reino: la esperanza del reino ilumina —nos anima ante— la gravedad de los acontecimientos que nos puede tocar vivir.

Jesucristo habló de todo ello y, en los últimos siglos, también María Santísima. Los tres Evangelios sinópticos consignan el “discurso escatológico” del Señor (fundamentalmente, cf. Mt 24, Mc 13 y Lc 21), donde se nos habla acerca de los “últimos acontecimientos” y de los “últimos tiempos”. Se superponen diversos niveles de narración y de profecía (es decir, de explicación moral y advertencia)…

Está claro que una parte de esto ya ha sucedido: la destrucción del Templo y de la misma Jerusalén (año 70 d.C.). También la proclamación del Evangelio a lo largo del mundo: a los gentiles (los no judíos) y a todas las naciones (de hecho, la Iglesia Católica nunca había sido tan “católica” como ahora). No es cosa menor, tal como ya se ha dicho, la universalización de la comunicación a través de la red de Internet:

a) «Vuestra casa se os va quedar desierta» (Mt 23,38); «En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra» (Mt 24,2). ¡Año 70! Las descripciones acerca del asedio y destrucción de Jerusalén son angustiosas. Son un hecho histórico y, precisamente, por la superposición de niveles de profecía, podría tratarse también de una imagen proyectable al resto del mundo y a otros momentos históricos. En este sentido, las imágenes de destrucción anunciadas desde la Salette y Akita (la llamada “Fátima de Oriente”) son tremendas (ya hemos mencionado también el pánico con que las videntes de Garabandal —y las personas que las observaban— vivieron la visión de los castigos a la Humanidad)…

b) «Al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará» (Mt 24,12-13). Todo ello induce a pensar en un “momento” de purificación de la Humanidad, que parece tardar mucho en llegar. Desde los avisos de la Salette, Lourdes, Fátima… ha pasado mucho tiempo y la situación ha empeorado: y aquí parece que no pasa nada. Y es que, quizá, el “tiempo” se vive de otra manera desde “fuera del tiempo”. Y, además, hay que tener en cuenta la Misericordia de Dios: Él da tiempo para el arrepentimiento…

2o) «Aprended de la higuera (...): cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las hojas, sabéis que está cerca el verano. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que es inminente, que está a las puertas» (Mc 13,28-29; cf. también Mt 24,32-33 y Lc 21,29-31):

a) ¿Qué y cómo puede suceder? ¿Cuáles son «estas cosas» (Mc y Lc) o «Todo eso» (Mt)? Se trata de diversas conmociones de orden social (guerras, enfrentamientos familiares, aparición de falsos profetas, persecuciones…) y de orden natural (terremotos, fenómenos cósmicos…). Ya hemos dicho que la superposición de niveles narrativos no permite establecer una profecía “matemática” (aparte de que la función de la profecía no es la de adivinar el futuro sino la de mostrar el verdadero camino de salvación). Por tanto, este panorama nos plantea dos preguntas

b) Primera pregunta: “Todo eso”, ¿anuncia la renovación de la Humanidad, como un don del Dios infinitamente justo y misericordioso, antes de que se malogre la creación? O, ¿quizá se trata de la Parusía, es decir, la segunda venida de Cristo y final de este mundo?

El género apocalíptico —el propio del discurso escatológico del Señor— requiere un discernimiento prudente y abierto (es arriesgado —quizás, inadecuado— establecer un calendario de hechos futuros, que sólo Dios puede ver en su “eterno presente”). Pero en este caso podemos ayudarnos de las revelaciones de Santa María: Ella no nos habla del fin del mundo, sino de una renovación del mundo, marcando el paso del “final de un tiempo” para entrar en un “nuevo tiempo” (que identificamos como el “Tiempo de la Misericordia”).

Quizá podríamos pensar que una profunda renovación de la Humanidad significaría / implicaría —de alguna manera— un nuevo “retorno” de Nuestro Señor Jesucristo (una nueva intervención especialmente notoria, otro “kairós”).

c) Segunda pregunta: estas conmociones que avisarían de una nueva “venida” del Señor, ¿están por llegar o ya están presentes? (Ampliación: Adviento: movimiento de Dios hacia la humanidad). Hay que reconocer que en último siglo la Humanidad ha sufrido rigores durísimos, quizá nunca vistos: guerras (nunca había muerto violentamente tanta gente: en siglo XX contamos por decenas y decenas de millones las víctimas mortales), genocidios (no olvidemos el gran genocidio del aborto, tenido por muchos como un derecho básico y una conquista irrenunciable ¿?), “ingeniería social” y trans-humanismo, apostasía profundamente extendida en países de antigua tradición cristiana, persecuciones, confusión moral con gravísima perversión de los valores…

d) Cosas graves han pasado y están pasando. ¿Qué más puede suceder? ¡Está por ver! En parte, por decirlo de alguna manera y aunque resulte sorprendente, aquello que pueda llegar a suceder depende más de nosotros que de Dios. Tal vez podríamos invertir la pregunta (como ya hemos hecho en otro apartado): ¿qué tendrá que permitir todavía el Creador para que nadie dude de la existencia de Dios? ¿Qué más tendrá que permitir Dios para que TODOS los hombres y mujeres de este mundo nos convenzamos de que la ORACIÓN es imprescindible, el recurso que nunca debiera faltar?

e) Impresiona la pre-visión del Papa Benedicto (declaraciones del año 2000): «Ignoramos lo que sucederá, a partir de cuándo esto nos conducirá a la catástrofe y de qué tipo [lo decía a propósito de los abusos “bío-tecnológicos” concernientes a la vida humana]. Gracias a Dios, lo ignoramos. Pero sabemos que hemos de oponernos a semejante usurpación del ser humano…». Sí, “todo esto” también depende de nosotros mismos: «Dios se opondrá al último desafuero, a la última autodestrucción impía de la persona». No es para menos: «Está en juego la libertad de Dios y la dignidad de la persona». Sí, la libertad de un Dios a quien —prácticamente— ni tan sólo le damos permiso para existir.

El grado de nuestra tozudez (“locura”) puede indicar el nivel de gravedad de los castigos (siempre “medicinales”, dispuestos para favorecer la conversión de TODOS). ¿Qué deberá permitir Dios, pues?

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