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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué tendremos que hacer?
    1. ¡Vigilad!: la “primavera” es un estallido repentino… ¿Qué tendremos que hacer?

Otras cuestiones deseamos destacar del discurso escatológico del Señor: la somnolencia de la Humanidad (por tanto, la necesidad de “despertar” al mundo) y la sorprendente rapidez con que se podrían desencadenar los “últimos” acontecimientos. A pesar de los numerosos avisos y señales, muchos habitantes de este mundo (quizá la mayoría) viven como si nada…

1o) «Como en los días de Noé (...), no se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató» (Mt 24,38-39). El “momento” de la purificación: parece que no llega nunca. Pasa el tiempo… Pero éste no es un tema nuevo para la Iglesia. De ello encontraríamos ya un eco en el Apocalipsis (el libro de la Revelación) y en algunos Padres de la Iglesia:

a) A nosotros nos parece que el paso del tiempo es lento y se hace largo (ya ha transcurrido más de un siglo y medio desde…); para los del Cielo es tiempo para la misericordia. Escuchemos la explicación de san Jerónimo: «Porque Dios es benigno y misericordioso, antes que nos muramos prefiere que hagamos penitencia por los pecados. Dios es paciente y muy compasivo, no imita la impaciencia humana, sino que da mucho tiempo para que hagamos penitencia (…)» (Ampliación: A la humanidad, que ya no tiene tiempo para Él, Dios le ofrece otro tiempo).

b) Pero todo tiene un límite: nuestra libertad es capaz de poner un límite a la Misericordia de Dios… O dicho de otra manera: «La Misericordia divina pone límite al mal» (San Juan Pablo II). En efecto, tal como escribió Benedicto XVI, «Dios deja una medida grande —súper-grande según nuestra impresión— de libertad al mal y a los malos; pero, no obstante, la historia no se le va de las manos». ¡Hay cosas que Dios no las puede permitir!

2o) «No es cosa vuestra conocer los tiempos» (Hch 1,7). ¿Cuándo? ¡No nos toca saberlo! Pero en todo caso no hemos de llegar tarde: «Vosotros estad alerta; todo os lo he predicho» (Mc 13,23). San Lucas, citando palabras de Jesús, sintetiza en un par de versículos las dos cuestiones que ahora estamos resaltando: «Vigilaos a vosotros mismos, para que (…):

a) »(…) vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida (…)» (Lc 21,34a). Benedicto XVI habló del misterio de la “somnolencia” de los seguidores de Cristo: el sueño de los Apóstoles en Getsemaní es como una imagen de la Humanidad y de los propios discípulos. ¿Cómo somos capaces de vivir como si Dios no existiera? ¿Cómo somos capaces de “ir tirando” con una oración (tantas veces) bajo mínimos? (Ampliación: La somnolencia de los discípulos y el poder del mal).

b) »y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros, porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra» (Lc 21,34b-35). ¡De improviso!

c) y la conclusión: «Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que han de suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre» (Lc 21,36).

d) Quizá podamos tomar como orientación la reacción —de huida a tiempo— de los cristianos en el momento del asedio y caída de Jerusalén (año 70 d.C.). En efecto, no quedaba ni uno sólo de ellos en la capital porque recordaron —y acataron— la predicción del Señor: «Cuando veáis la abominación de la desolación (…), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes» (Mc 13,14). Fueron —aquéllos— unos días de «tribulación como no la hubo igual desde el principio de la creación» (Mc 13,19).

e) Recordemos la afirmación de san Pío de Pietrelcina sentenciando: «Cuando se den cuenta, ya será tarde». ¡Atención a su intuición de santo y al fundamento bíblico de esta afirmación: no le falta razón! Y es que hay pendientes y sendas —anchas y de bajada— en las que es mejor no entrar, porque es difícil retroceder…: «La senda de vida para el sabio es hacia arriba, para que se aparte del Seol que está abajo» (Prov 15,24). Es necesario prepararse; necesitamos una serie de activos / recursos morales que no se pueden improvisar:

. una mínima formación (no olvidemos que las apariciones de la Madre de Dios, en general, han estado precedidas de la aparición de un ángel que realizaba una suerte de catequesis previa con los videntes).

. unos hábitos de piedad, familiaridad con la caridad… (Ampliación: Es necesaria una renovada educación en la fe).

f) Igual de cercanas son las advertencias de diversos santos (visiones que recibieron): san Juan Bosco, la beata Ana Catalina Emmerich, santa Faustina… También las de los videntes (algunos canonizados) de las últimas apariciones de la Madre de Dios. En relación a Garabandal y Medjugorje ya hemos destacado los avisos —graves, pero manifestados con serenidad— de la Virgen María, que se reiteran cada vez más: se percibe como una insistencia (es una señal de urgencia).

3o) «De la misma manera que el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre. Dondequiera que esté el cadáver allí se reunirán los buitres» (Mt 24,27-28). El relámpago es el relámpago: ¡va a la velocidad de la luz y todo el mundo lo ve! En cuanto al Hijo del Hombre: será visto por todo el mundo y no será necesario ir a buscarlo; todos sabrán encontrarlo, como los buitres saben encontrar el cadáver…

Si nos fijamos en el orden natural, la primavera —y en el fondo estamos hablando de una “primavera espiritual”— es un “estallido repentino”. También el “primer Pentecostés” fue un estallido repentino… Algunos —o muchos— de entrada lo juzgaron como una borrachera de aquellos hombres seguidores de Cristo. Pero más vale que no equivoquemos el diagnóstico ni continuemos empeñados en un diagnóstico errado… «Estad alerta».

4o) _«__Velad porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa (…), no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos. **Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡velad!**»_ (_Mc_ 13,35-37). **¿Qué podemos hacer?**

a) No perder el tiempo ni con cálculos ni con especulaciones, porque no sabemos cuándo “vendrá”: hay que «orar siempre y no desfallecer» (Lc 18,1). Es muy práctica la guía de las “cinco piedrecitas” que la Reina de la Paz señaló en Medjugorje (cf. apartado 10.2.).

b) En aplicación del punto anterior, disponemos de un recurso básico, sencillo y de eficacia garantizada: la oración del corazón con el Rosario (como mínimo, tengamos físicamente un rosario). La Madre de Dios siempre se ha aparecido con el rosario en la mano. ¡No hace falta decir más! Santa María ha asegurado que, con el recurso del Rosario, ¡no hemos de temer nada!

c) Rezar / interceder por la conversión de los OTROS (y del mundo). No hay plegaria más eficaz que la intercesión por los demás. Un ejemplo paradigmático ya ha sido citado: los amigos que acercaron al paralítico a Jesús descolgándolo desde el techo de la casa (cf. Mt 9,2). O el buen centurión que suplicó a Jesús la curación de su siervo (cf. Mt 8,5-13 y Lc 7,1-10). O la intervención de Santa María en las bodas de Caná: «No tienen vino» (Jn 2,3). ¡Éxito asegurado!

d) Otra aplicación de punto anterior es la siguiente: en la Biblia encontramos intervenciones de una sola persona que salvan a todo un grupo (normalmente una familia entera). Ejemplos:

**. Josué** envió a dos judíos a Jericó para explorar (espiar) la ciudad (antes de asaltarla). Ellos se alojaron en la casa de una prostituta llamada Rahab, que los escondió y protegió. Sabiendo que Israel invadiría Jericó, les pidió clemencia: «Haced ahora el favor de jurarme por el Señor que, así como he tenido piedad de vosotros, también vosotros tendréis piedad de mi familia» (Jos 2,12). Así fue… Rahab, su familia y todos aquellos que ella pudo reunir en su casa fueron los únicos que no murieron en aquel drama.

. En Cesarea, el centurión Cornelio y «sus pariente y amigos más íntimos» (Hch 10,24) reciben al Espíritu Santo después de que, por indicación divina, fueran a buscar a Simón Pedro en Jafa.

. El carcelero que custodiaba a Pablo y Silas en la prisión de Filipos, viendo los hechos —un terremoto que hizo abrir las puertas y caer todas las cadenas— rogó a los dos apóstoles: «—Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le contestaron: —Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa» (Hch 16,30-31).

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