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Temas Mujer y Varón Orígenes El encanto original

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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre de los orígenes
    1. El encanto original de Eva (la mujer espiritualiza el amor del hombre)

Por otro lado, parece que la energía corporal que Dios ha otorgado al hombre necesita un complemento de espiritualización, procedente de la femineidad: la mujer no tiene que anular el talante enérgico y dominante del amor masculino, sino que lo debe modular. Eva debe ser suficientemente delicada como para conseguir “dominar” el dominio del hombre, de tal manera que este “dominio modulado” permanezca para el servicio y la seguridad de la familia. Visto desde otra perspectiva: la mujer, verdadera reina de la creación, ha de liderar dicha creación. Ortega y Gasset aseguraba que «el oficio de la mujer es el de ser un ideal para el hombre». Con el fin de aprehender del todo el proyecto matrimonial salido al principio de las manos del Creador, hay que hacer mención es esta cualidad femenina que denominamos “encanto femenino”: la mujer tiene la originaria capacidad de generar fascinación en el hombre. En efecto, «en la descripción bíblica, la exclamación del primer hombre, al ver la mujer que ha sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la historia del hombre sobre la tierra» (MD 10). «Toda la constitución exterior del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que con la fuerza de un atractivo perenne están al comienzo» (AG 12.III.80, 5), la feminidad los posee con vista al protagonismo que ella —como esposa y como madre— ha de ejercer en la creación.

Eva y Adán, en el estado de justicia original, se aman espontáneamente; se complementan de manera “automática”; viven una suerte de armonía originaria. Pero, en esta “armonía” la mujer tiene un protagonismo: ella es y ha de ser el punto de referencia. Pero “dominar el dominio” es una tarea muy sutil y delicada. Por eso, el Creador ha hecho que la mujer tenga un “qué” misterioso (tanto en su cuerpo como en su espíritu) que atrae poderosamente al hombre, tanto que él depende de ella: Adán vive encantado por Eva. Insistimos: el Enemigo, para provocar la caída de la Humanidad, se enfrentó con Eva.

Ciertamente, a Eva nunca le hubiese agradado un Adán “colgado”, flacucho, flojo, esmirriado, cobarde y miedoso. Eva, para equilibrar —compensar— su gran capacidad de amar y de sufrir, necesitaba una ayuda, un compañero, un hermano que la defendiera con fortaleza y delicadeza. Y aquí se encuentra el quid de la cuestión. Da la impresión de que Dios ha puesto en el hombre la fortaleza física y ha dejado para el amor de Eva la segunda parte: el despertar, la educación y la modulación de la delicadeza (es decir, la espiritualización) de esa fortaleza; fortaleza que ha de ser no solamente física, sino también espiritual (interior). El dominio físico es coacción; el “dominio” espiritual es para el amor. «La mujer —en nombre de la liberación del “dominio” del hombre— no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia “originalidad” femenina. Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a “realizarse” y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial» (MD 10).

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