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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre histórico
    1. El Diablo plantea un ataque “perfecto” a la Humanidad. La tentación

En la ya mencionada conversación de Cristo con los fariseos, el Señor se remite al “principio”: «Nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta su inocencia originaria; Él nos permite así encontrar la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones» (AG 5.III.80, 1). En esta segunda etapa histórica del amor humano, dos puntos de referencia nos interesan especialmente. Por un lado, la escena del momento en el que se vive el drama del pecado original. Por otro, la entrega de Cristo en el marco de su Pasión. La primera de estas referencias nos muestra el estorbo que la debilitación humana —derivada del pecado original— se introduce en la relación de Adán y Eva: desde un andar los dos al unísono, comienzan a funcionar con el “paso cambiado”, y se les hace costoso amar (no se aclaran). La segunda escena nos impresiona con la elegante donación del Cristo, una entrega presidida por el sacrificio y por el afán de perdonar a los otros.

Tal como lo anuncia el título de este apartado, el Diablo plantea un ataque “perfecto” a la Humanidad. Ya hemos visto antes que Dios nos dio un precepto —que era de carácter moral—, cosa inevitable porque la Creación es para el hombre, y el hombre para Dios: «De todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás» (Gn 2,16-17). El Señor les mandaba señorear el Universo y señorear con amor. Por tanto, podían —debían— transformarlo todo, menos la ley del amor, porque el día que lo hiciesen dejarían de trabajar y de relacionarse con amor. Aquel día, el “dominio” («¡Dominad la tierra!») ya no sería para el servicio, sino para la coacción.

El hecho es que Eva dio el primer paso: «La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios, y dijo a la mujer: ‘¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis de ningún árbol del jardín? (...) Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal’. La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y que aquel árbol era apetecible para alcanzar sabiduría» (Gn 3,1.5-6). La estrategia del enemigo está muy bien planeada, por tres motivos: por el objetivo del ataque (Eva), por las armas empleadas (armas espirituales, no sensuales), y, finalmente, por la táctica seguida.

En efecto, en primer lugar, el enemigo dirige su ataque hacia Eva: ella lidera la creación; ella está poseída de esa cualidad tan maravillosa —el encanto original femenino— que la constituye en punto de referencia de Adán. Más aún, Adán depende de ella; se encuentra fuertemente atraído por su esposa. Desde el punto de vista corporal, el hombre es más vulnerable, pero en aquella situación de justicia original, el cuerpo estaba perfectamente ordenado a la razón. Por este camino no había posible éxito. La amenaza para la Creación había de introducirse a través de Eva.

En segundo lugar, puesto a enfrentarse con la mujer, el Diablo no plantea una tentación de sensualidad, que no hubiese tenido ningún éxito en la situación de profundo enamoramiento y de reposada armonía de aquella pareja. El enemigo dirige el ataque hacia la dimensión espiritual: «Seréis como Dios», y, además, el fruto de aquel árbol «era apetecible para alcanzar sabiduría». ¡Adquirir sabiduría! Y este tipo de oferta podía interesar sobre todo a Eva, caracterizada por un amor más espiritual y sensible, a la vez que menos sensual.

En tercer lugar, la táctica seguida, ya que el Diablo pone en marcha un estilo de diálogo que a ella le entra bien; en pocas palabras, la sabe enredar. De entrada, intenta provocar el alejamiento respecto a Dios no mediante una confrontación directa (cosa que a ella la habría asustado de buen comienzo), sino indirectamente, es decir, ridiculizando la ley moral por vía de exageración (asunto que se encuentra muy de moda hoy día): «¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» (Gn 3,1). ¡Es toda una exageración ridícula! Causa admiración comprobar como, utilizando prácticamente las mismas palabras, el Diablo da a entender justo lo contrario de aquello que el Creador había indicado en los orígenes (que podían comer de todos los árboles, excepto del de la ciencia del bien y del mal). Además, expresándose de esa manera, el Diablo intenta dar una imagen negativa y antipática de la ley moral; una ley no para amar y defender el amor de la Humanidad, sino para limitar y restringir su libertad. «La misma descripción bíblica [de Gn 3,1-5] parece poner particularmente en evidencia el momento clave, cuando en el corazón del hombre el don [del amor de Dios] es puesto en duda (...). Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de la donación, es decir, el amor como motivo específico de la creación y de la Alianza originaria (cf. especialmente Gn 3,5), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al “Padre”. En cierto sentido, lo rechaza de su corazón» (AG 30.IV.80, 4). De esta manera, aceptando esta imagen falsa de la ley moral y de Dios —«un Dios celoso de sus prerrogativas» (CEC 399)—, «el hombre, tentado por el Diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador» (CEC 397).

Mientras escuchaba eso, Eva todavía conservaba la lucidez mental y se resiste: «La mujer respondió a la serpiente: ‘Podemos comer del fruto de los árboles del jardín; pero Dios nos ha mandado: No comáis ni toquéis del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues moriríais’ (Gn 3,2). El tono de la respuesta diabólica introduce el aire de la ridiculez: «¡De ninguna manera!» (que es como decir, «¡a dónde vas a parar!»). Y añade: «No moriréis en modo alguno». Y seguidamente le pone la zancadilla definitiva (definitiva, sobre todo, para una mentalidad femenina), ya que la lleva al terreno de las comparaciones: «Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Ibidem). Eva, que como mujer tiene sensibilidad por su propia imagen, nunca se había comparado ni con Adán ni con nadie, y ahora le resulta atrayente hacerlo con Dios (llegar a adquirir la sabiduría de Jahvé).

Eva da el primer paso y después, arrastrado por ella (atraído negativamente), lo hará Adán: «La mujer —leemos de nuevo el Génesis— tomó de su fruto, comió, y a su vez dio a su marido que también comió» (Gn 3,6). No se trata de culpar a la mujer de nada, sino que más bien conviene destacar su protagonismo. De hecho, Adán ni tan sólo se resiste: ¡hace —sin discutir— lo que ella ha hecho! Aquél era el último paso que Adán había de dar tras su mujer secundada de manera dócil y amable. A partir de aquel momento, las cosas se complicarían, sobre todo para Eva.

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