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Temas Mujer y Varón Escatológico Recuperación y potenciación

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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre escatológico
    1. Recuperación y potenciación del amor de espontaneidad

Pero es en la consideración de los siguientes versículos de la Transfiguración cuando intuimos el dato más importante y definitivo por lo que se refiere al amor del hombre de la escatología. Lo que más nos interesa es contemplar la natural y espontánea reacción de los “interlocutores terrenales” de aquella escena.

Una vez más, es Simón Pedro quien toma la palabra: «Señor, qué bien estamos aquí» (Mt 17,4). Es maravilloso comprobar que, sólo con ver el Cuerpo de Cristo estado glorioso, es decir, rezumando divinidad, san Pedro (y, por extensión, se supone también de Santiago y Juan) se siente plenamente feliz: no echa en falta nada más, no necesita nada de nada. Y esto solamente por el hecho de “ver” la divinidad simplemente reflejada en unos cuerpos humanos, como eran los de Jesús, Elías y Moisés.

Vale la pena detenernos en este punto. En efecto, Juan Pablo II, comentando otro lugar del Evangelio (Mt 22,23-33 y paralelos ), que también trata de la cuestión de la resurrección, afirma que «las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el “otro mundo” será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de fundamental “divinización” de su humanidad (...). La participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible» (AG 9.XII.81, 3). ¿Cuáles serán el amor y la felicidad del hombre escatológico que contempla (experimenta) directamente la divinidad? ¿Hasta qué punto se potencia el amor entre los hombres (también entre el marido y la mujer que han vivido aquí un amor esponsalicio fiel) en la situación de eterna comunión con Dios?

Las siguientes palabras de san Pedro son ya la revelación definitiva del amor del hombre escatológico. «Si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Ibidem). La reacción de Pedro, a pesar de estar llena de ingenuidad y de visión humana, es reveladora del dinamismo más genuino del amor más auténtico: él ya no piensa en su propia comodidad; él quiere retener aquella situación de profunda quietud y felicidad, procurando el bien de los otros (en este caso, interpretado de una manera muy humana: ¡unas tiendas!).

Es la manifestación más clara del verdadero amor: soy feliz porque te hago feliz; soy feliz entregándome a tu felicidad. Es la genuina espontaneidad del amor, de alguna manera reflejada en aquella armonía originaria de nuestros primeros padres en el estado de justicia original.

Finalmente, es muy revelador el hecho de que Simón reconozca intuitivamente a Moisés y Elías, los dos grandes líderes del pueblo judío en la historia del Antiguo Testamento. Y esto sin que nadie le dijera nada, sin pensarlo, sin ninguna otra fuente de información. San Pedro, lógicamente, tenía noticia de estos dos profetas, pero nunca los había visto (¡habían vivido siglos antes!) y, en cambio, los reconoce inmediatamente (como si los hubiese conocido desde siempre). Ésta es la revelación del elevado grado de conocimiento del hombre escatológico, que, al contemplar a Dios “cara a cara”, experimentará una inimaginable ampliación de su saber (manifestación de una participación mucho más profunda en la Verdad). En fin, «la “divinización” en el otro mundo aportará al espíritu humano una tal “gama de experiencias” de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena» (AG 9.XII.81, 4).

Y —y lo que se suele repetir— un mayor grado de conocimiento es la condición previa para un amor más grande. En efecto, san Pedro, sólo con ver a Moisés y a Elías, no solamente los conoce inmediatamente, sino que también los ama inmediatamente: a su manera, también piensa en hacer una tienda para cada uno de ellos dos. San Pedro, Papa (el primero de la Iglesia), pero pescador, expresa este amor de una manera sencilla; santa Teresa, monje, pero Doctora (de la Iglesia) expresó la lógica del amor de manera profunda: «El contento de contentar al otro excede a mi contento».

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