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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre de los orígenes
    1. Llega el hombre y Dios cambia su “lenguaje”

El primer capítulo del primer libro de la Biblia habla expresamente de la cuestión que nos ocupa. Entremos, por tanto, en el libro del Génesis. Pasamos de largo los miles de millones de años (¡los “días”!) que Dios se toma para ir preparando un ambiente o un entorno que sea habitable y adecuado para la vida humana. Como ya hemos dicho, el hombre del Génesis aparece casi al final: en el sexto día. Y es, justamente, en el relato de aquella maravillosa mañana de la creación, cuando la Palabra divina experimenta un doble cambio en su manera de expresarse: comienza a hablar en primera persona y comienza a hablar de sexualidad (como expresión del amor personal entre el hombre y la mujer). Así, «el Creador parece detenerse antes de llamarlo [al hombre] a la existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión» (AG 12.IX.79, 3).

En primer lugar, cuando se disponía a crear al hombre, Él exclamó: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza» (Gn 1,26). Notemos un hecho relevante: cuando se trata de la llegada del hombre, Dios —¡por primera vez! — “habla” en primera persona y en plural. Nunca lo había hecho antes. En efecto, hasta entonces el “lenguaje” de Dios había usado expresiones como las siguientes: «Haya luz» (Gn 1, 3); «Haya un firmamento en medio de las aguas que separe unas aguas de las otras» (Gn 1,6); «Haya lumbreras en el firmamento del cielo» (Gn 1,14), etc. Es decir, hasta aquel momento había hablado con un tono imperativo e impersonal, como si todo aquello que estaba haciendo prácticamente no le afectara. De repente, —refiriéndose al hombre y a la mujer— habla en primera persona del plural, como para dar a entender que se “co-implica” personalmente en lo que está creando, lo cual es tanto como decir que Dios se “complica” la vida, esto es, ¡Dios se la juega!

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