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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre histórico
    1. El rostro doloroso de Jesucristo: dolor discreto, dolor servicial, dolor filial

La clave está en la mirada con la que consideremos y experimentemos nuestro dolor. Ha de ser la mirada con la que el propio Jesucristo contempla la realidad de las cosas desde la Cruz; se trata de compartir sus mismos horizontes, que son precisamente los del Padre celestial. Así nos lo recomendaba Juan Pablo II en la preparación de la celebración del Jubileo del año 2000: «1999, tercer y último año preparatorio, tendrá la función de ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de Cristo: la visión del “Padre celestial” (cf. Mt 5,45)» (TMA 49). Y ésta es la pregunta clave: ¿qué y cómo miraba Jesús desde la Cruz, de manera que sufría con un amor tan sereno?

Cristo sufre discretamente: no se lamenta de su situación, no nos amenaza, no nos lanza la culpa de sus sufrimientos, no se queja de los problemas que padece, sino que los ofrece al Padre (sufrimiento filial) en vista a nuestra salvación (dolor servicial). Con este sufrimiento discreto satisfizo al Padre al rendirle la alabanza que nosotros no habíamos alcanzado a darle el día de nuestra creación. Además, cosa no menos importante, nos enseña a amar y a ser felices a través del dolor.

La felicidad no consiste en no tener problemas (situación imposible en la vida del hombre histórico), sino que la felicidad humana descansa en la capacidad de sufrir o de aceptar el sufrimiento por amor a los otros. Cuando uno ama de verdad, con horizontes grandes (manifestar la fe; redimir con Cristo; darse a una familia, etc.), entonces uno es feliz en el dolor. Más aún: se llega a amar el dolor. Según san Agustín, «en aquello que se amado, o no hace falta esfuerzo, o bien, el mismo esfuerzo es amado». Es decir, quien ama lo ama todo, y ama el sacrificio propio de toda donación amorosa.

El sufrimiento no es algo lejano a la vivencia personal del Papa Wojtyla. De él son las siguientes reflexiones, que recogen muy bien el espíritu del dolor de Jesús: «Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, sino ante todo con su propio sufrimiento. (...) Quiere responder desde la Cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. La respuesta es, ante todo, una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: ‘¡Sígueme!’, ‘¡ven!’, ‘¡toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través del sufrimiento!, por medio de mi Cruz’» (SD 18.26).

Desde el punto de vista sobrenatural, podríamos decir con el Dr. Cardó que «por amor al Padre y por amor a los hombres, Cristo acepta y obedece (...). La gloria [del Padre] brillará más esplendorosamente en las tinieblas de la muerte de Cristo que en los esplendores matinales de la creación». Y, desde el punto de vista práctico, Jesucristo nos muestra que el amor más auténtico se manifiesta en un saber sufrir sin hacer sufrir.

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