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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)
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El amor del hombre escatológico
- El cielo: no lo podemos describir
«Aunque ante la muerte cualquier imaginación desfallece, la Iglesia, no obstante, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sigo creado por Dios para un destino feliz, más allá (...) de este mundo» (GS 18). Hemos querido comenzar con esta cita del Concilio con el fin de destacar que el recurso a la imaginación es totalmente insuficiente para afrontar las cuestiones del más allá. A pesar de todo, la contemplación de nuestra propia naturaleza nos puede ayudar a entender algunas cosas del más allá, y la reflexión sobre la Revelación nos permitirá ampliar este conocimiento.
No es difícil hacerse cargo de que la articulación concreta de la vida en la eternidad (sea en comunión con Dios, sea apartada de Dios) es inimaginable: «Resulta demasiado evidente que —a base de las experiencias y conocimientos del hombre en la temporalidad, esto es, en “este mundo”— es difícil construir una imagen plenamente adecuada del “mundo futuro”» (AG 13.I.82, 7). La eternidad se encuentra más allá de las dimensiones de espacio y de tiempo, por lo que nuestra imaginación (que “trabaja” a nivel de imágenes) no la alcanza: no nos podemos formar imágenes concretas de la vida en régimen de eternidad. Esto es lo que justamente trata de transmitir san Pablo en el famoso pasaje de 1Cor 2,9: «Ni ojo vio, ni oído oyó. ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman». Él no encuentra palabras para describir lo que ha “visto”: con categorías humanas sólo puede afirmar que la vida del más allá en comunión con Dios es indescriptible.
No obstante, esta aseveración no es una mala noticia: poco cielo sería si lo pudiésemos describir con imágenes terrenas. Pero todo eso no significa que no podamos saber nada de la vida eterna o que no podamos entender nada de ella. Una cosa es imaginar y otra (¡y muy distinta!) es saber o entender.
A título de simple ilustración, salvando las distancias, Platón —¡unos cuatro siglos antes de Cristo! — manifiesta en su diálogo Fedón el convencimiento de una vida de inmortalidad del alma humana en un “mundo” que no se ve capaz de describir. Platón pone sus pensamientos en las palabras de su querido maestro: es el propio Sócrates, instantes antes de la ejecución de su pena de muerte, quien habla de estas cuestiones a los que le acompañan en aquel dramático momento. No duda de que el destino de las almas más allá de la muerte está en función del comportamiento mantenido en esta vida (¡hay una continuidad!): «Aquéllos a quienes se les reconoce una vida santa (...) son recibidos en las alturas, en aquella Tierra pura donde habitarán». Efectivamente, Sócrates augura para los hombres virtuosos un más allá que, incluso, trata de describir con imágenes: «Son acogidos en parajes todavía más admirables que no es fácil describiros», a pesar de que —añade— aquellas imágenes no logran mostrar lo que en realidad se encontrarán; es más, «lo que un hombre prudente no debe hacer es sostener que las cosas sean tal como os las he descrito».