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Evangelio de hoy + breve explicación teológica

4 de Diciembre: San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia
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Texto del Evangelio (Mt 25,14-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos (…)».

San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia (675-749)

REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy quiero hablar de san Juan Damasceno, un personaje destacado en la historia de la teología bizantina. Es, sobre todo, un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del islam, que se abrió espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Oriente Medio o Próximo. Muy pronto, escogió la vocación monástica, entrando en el monasterio de San Sabas, situado cerca de Jerusalén. Era alrededor del año 700. Se dedicó con todas sus fuerzas a la ascesis y a la actividad literaria.

En Oriente se recuerdan de él sobre todo los tres Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas, primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniéndolas al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. San Juan Damasceno fue, además, uno de los primeros en distinguir entre “adoración” y “veneración”: «En otros tiempos Dios no había sido representado nunca en una imagen, al ser incorpóreo y no tener rostro. Pero dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Yo no venero la materia, sino [que adoro] al Creador de la materia».

—Dios se ha hecho carne y la “carne” se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Teniendo en cuenta la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, por la fe, pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios.