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¡El tránsito a un nuevo tiempo! La Divina Misericordia

  1. Avisos, milagros y castigos
    1. «Encerró a todos en la desobediencia para tener misericordia de todos» (Rm 11,32)

El título que encabeza este capítulo es muy sorprendente. Dios nos ha puesto a todos “sub peccato” (bajo el pecado). Ciertamente, como mínimo a todos —excepción hecha de María Santísima— nos afecta el pecado original (y a la gran mayoría nos pesan los pecados personales).

Y nos preguntamos: ¿por qué a todos “sub-peccato”? ¿Es que Dios no podía haber hecho la Creación de otra manera? ¡Misterio! Pero, permaneciendo dentro del misterio, se intuye una respuesta: Dios desea mostrar el rostro misericordioso de su Amor. Así de contundente: «Misericordia es el segundo nombre del Amor», afirmó el Papa Francisco.

Aquí entra el gran tema del “perdón” (expresión privilegiada del amor). Probablemente, como ya se ha dicho, la Iglesia ha entrado en una nueva fase de la Historia de la Salvación: el tiempo de la Misericordia.

A través del perdón divino (el don de la reconciliación) la Humanidad está llamada a re-descubrir el rostro más auténtico de Dios: «Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios sale a nuestro encuentro» (Papa Francisco).

1o) _«Convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es clemente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia**, y se duele de hacer el mal»_ (Jl 2,13). La Historia bíblica muestra que Dios, después de inducir un castigo al Pueblo escogido por la gran acumulación de infidelidades, acto seguido Él mismo **se “arrepiente” de haber permitido aquel sufrimiento (que siempre tiene una intención medicinal) e inmediatamente ofrece el alivio (el perdón) y la salvación

a) «En vez de intentar apartaros lejos de Dios, ahora, una vez convertidos, multiplicad por diez vuestros esfuerzos en buscarle; porque el que os trajo desgracias os traerá la felicidad eterna junto con vuestra salvación» (Ba 4,28-29). Podríamos decir: ¡a Dios, la “conversión” le puede! Él afirma de Sí mismo —en multitud de ocasiones— que es «lento a la ira y rico en misericordia» (Nm 14,18). Y san Pablo: «Dios es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó» (Ef 2,4).

b) El Papa Francisco se lo plantea: «¿Qué es lo que más le gusta a Dios? ¡Practicar la misericordia con los hombres!».

c) «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso que castiga la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de aquellos que me odian; pero tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos» (Ex 20,5-6). Suena duro que los hijos tengan que cargar con la culpa de los padres (cosa que no tiene que suceder necesariamente de forma automática, pero que tiene su lógica: véase, por ejemplo, el caso de la saga de los Herodes, en la que la malicia se transmitía de una generación a la siguiente).

Pero, afortunadamente, ahí «comprobamos un desequilibrio entre la ira y la compasión. En comparación con la ira, la compasión es mucho mayor, lo cual indica que si he merecido castigo y he salido fuera de este amor, siempre puedo saber que la piedad de Dios es mil veces mayor» (Benedicto XVI). ¡Es una “desproporción” absoluta! (a favor nuestro, claro) (Ampliación: «Soy el Amor y la Misericordia en persona»).

2o) «En quien [Jesucristo]_, mediante su sangre, tenemos la redención, el perdón de los pecados»_ (Ef 1,7). Llegamos al gran tema del perdón que, repetimos, es expresión privilegiada del amor omnipotente de Dios. Sí, y por más sorprendente que le resulte a la mentalidad moderna, la misericordia es la principal manifestación de la OMNIPOTENCIA divina:

a) «Dios muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 270).

b) La Misericordia no es debilidad de Dios sino, todo lo contrario, manifestación de su infinita grandeza, hasta el punto de que en el Pregón de la Vigilia Pascual la liturgia canta: «Oh, feliz culpa [el pecado original] que nos has merecido tan gran Redentor» (Ampliación: Dios omnipotente y misericordioso).

Sí, el pecado nos ha reportado —por el amor omnipotente de Dios— el espectáculo más bonito que nunca hubiésemos podido imaginar: el Hijo de Dios clavado en la Cruz y con el Corazón abierto, atravesado por una lanzada: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37; cf. Zc 12,10).

3o) «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2). Se trata de aquel paralítico que yacía en una camilla, cuando los amigos lo descolgaron desde el tejado de la casa hasta allí donde se encontraba Jesús. Todos esperaban la curación de la parálisis corporal, pero Cristo fue “directo al grano”: la curación de los pecados.

a) ¡Sorpresa general! Para algunos, la acción de Cristo se quedó corta… Para otros, aquel maestro se extralimitaba, porque sólo Dios tiene poder de perdonar los pecados. Entonces, «para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados —se dirigió al paralítico—, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). ¡Y así fue!

b) Jesucristo quiso remarcar dos cosas. Él es Dios y nos ofrece el remedio de los remedios: la sanación del alma mediante el perdón de los pecados. «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia» (Lc 5,32). Éste es uno de los temas más recurrentes en el ministerio público del Señor.

c) A algunos, aquel «tus pecados te son perdonados» los decepcionó. ¡Esperaban más! ¿Más? Pero, ¿qué más queremos? La misma palabra “perdón” sugiere que el “per-donar” es un “gran don”. La palabra “per-dón” se compone de un prefijo intensivo (“per”) que denota grandeza, y de un substantivo (“don”): el perdón es un regalo eximio, ilustre, es el abrazo de Dios.

d) «Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le ha sido cubierto su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le imputa delito y en cuyo espíritu no hay dolo. Mientras callaba se consumían mis huesos, de estar siempre gimiendo; pues de día y noche tu mano pesaba sobre mí, mi vigor se agotaba» (Sal 32,1-3). Saberse perdonado: ¡qué gran alegría!, ¡qué descanso! (Ampliación: El abrazo pacificador del perdón sacramental).

4o) «[Dios] descansó en el séptimo día…» (Gn 2,2 ss). Sorprendentemente, al final de nuestro itinerario, aterrizamos en el “descanso de Dios”. ¡El reposo de Dios!!! He aquí uno de los misterios más bonitos: el perdón es un descanso para el hombre que se convierte, pero es Dios mismo el primero en quedarse descansado

a) San Ambrosio, obispo de Milán, en su comentario sobre los días de la Creación —el Hexameron— afirma que «después de haber creado al hombre, Dios, finalmente, descansó teniendo a quien perdonar sus pecados».

b) Éste sí que es un quiebro que no nos esperábamos: el perdón es descanso para el pecador, pero —antes que nada— es descanso para un Dios que ya tiene a quien mostrar su amor a través de su perdón.

c) «Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido» (Mt 3,17). Palabras de Dios Padre… Por el bautismo somos llamados a complacer a Dios, darle descanso, a consolarlo… ¿No es, acaso, una vocación maravillosa? Para realizarla, no es cuestión de ser “im-pecables” (esto no está a nuestro alcance), sino de disfrutar (con Él) de Su Misericordia.

5o) «Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más» (Jn 8,11). Todos iban a apedrearla. Era la mujer que habían sorprendido en adulterio. Moisés mandaba apedrearlas. Pero, para ponerlo a prueba, le preguntan a Jesús: «¿Tú qué dices?». Jesús no respondía: se entretenía dibujando en el suelo. Pero, como ellos insistían…: «El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero» (Jn 8,7):

a) Se retiraron todos y, finalmente, «quedó Jesús sólo, y la mujer, de pie, en medio». Jesucristo la perdona, pero le exige conversión: «No peques más».

b) La Misericordia divina no es un expediente de “manga ancha”. La redención —hecha con la Sangre de Cristo— no consiste en “blanquear” la injusticia, sino que es una invitación a superar la injusticia.

c) ¡La Misericordia es parte de la Justicia divina! «En su justicia está también la gracia (…). Ambas —justicia y gracia— han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia [misericordia] no excluye la justicia. No convierte la injusticia en un derecho» (Benedicto XVI). ¡No se ha hecho una redención a bajo precio!

d) Hay Alguien que cuelga de la Cruz con el costado traspasado (con el Corazón permanentemente abierto): este Alguien lo hemos de contemplar para no olvidar la gravedad del pecado, para no pasar de largo, para no abusar de la Misericordia… Él no puede —nadie— imponer su amor: simplemente, nos lo ofrece. Nuestra libertad tiene la última palabra. ¡Qué responsabilidad!

e) «Después de arrojar las monedas de plata en el Templo, fue y se ahorcó» (Mt 27,5). Judas Iscariote y Simón Pedro: ¿quién cometió el error más grande? Quizá Pedro, porque juró ante Cristo que él no le conocía… Pero esto no fue lo más relevante. Incluso podríamos decir que los dos se arrepintieron. El distinto desenlace entre uno y otro procede de la siguiente diferencia: Judas se desesperó (justamente la única cosa en la que nunca debiéramos caer), mientras que Pedro «lloró amargamente» (Lc 22,62).

6o) «Y a tu misma alma la traspasará una espada» (Lc 2,35). María, la Madre de Jesús, no fue menos que su Hijo. Simeón ya la había avisado 30 años antes… En la Cruz, se cumple: hacía apenas pocos minutos que María aceptaba ser nuestra Madre («Mujer, aquí tienes a tu hijo»: Jn 19,26), y el primer “regalo” que recibe de nosotros es una lanzada que reventó el corazón del Hijo. ¡Qué dolor! Pero ni siquiera así se desdijo de nosotros… Ahora, como muestra de misericordia, ¡es Ella misma quien insiste en la necesidad de conversión!

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