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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

Domingo 7 (C) de Pascua
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1ª Lectura (Hch ):
Salmo responsorial:
R/.
Versículo antes del Evangelio (Jn ):
Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

«Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy asistimos a este diálogo tan encendido y entrañable entre Jesús y su Padre, en el que todo cristiano —en el horizonte, todo hombre— queda implicado. Es parte de la "oración sacerdotal de Jesús". ¡Qué ejemplo tan elocuente!: Jesús, que es Dios, habla con Su Padre-Dios; Jesús, que es Hombre, alza los ojos al cielo. ¡Cuánta necesidad tenemos —sobre todo nosotros mismos— de alzar los ojos al cielo!

«No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí» (Jn 17,20): ahí estamos nosotros, los cristianos de todos los tiempos a quienes —por gracia divina— nos ha alcanzado su Palabra, transmitida de generación en generación.

Sí, Jesús ha "abierto" el Corazón de Dios, nos ha revelado su intimidad y nos la ha confiado en su Palabra. Ésta, cabalgando en la fe siglo tras siglo, ha llegado hasta nosotros. El camino es largo, pero Jesús reza para que el viaje de su Palabra termine en nuestros corazones y nos resulte "conocida". Además, intercede especialmente por Simón Pedro y sus sucesores para que confirmen en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32). Así podemos entrar en el Amor "intra-trinitario".

Al Señor le preocupa especialmente nuestra unidad, que seamos "uno": «Que sean uno como nosotros somos uno» (Jn 17,22). Si no, ¿cómo podría el mundo conocer al Dios-Amor?; «¿cómo podremos ser plenamente creíbles si nos presentamos divididos?» (San Juan Pablo II). El amor testimoniado es un poderoso argumento para convencer al mundo.

Pero el amor une y, en consecuencia, la división no es un signo de amor. Dios no está dividido; Él no así. Consideremos la actitud de la primera comunidad cristiana: el día de Pentecostés «todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,14). En ese ambiente el Espíritu Santo irrumpió impetuosamente y el mundo quedó perplejo (cf. Hch 2,6).

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Con vuestra concordia y con vuestro amor sinfónico, cantáis a Jesucristo. Así, vosotros cantáis a una en coro, para que en la sinfonía de la concordia, después de haber cogido el tono de Dios en la unidad, cantéis con una sola voz» (San Ignacio de Antioquía)

  • «Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad» (San Juan Pablo II)

  • «Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 820)