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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

7 de enero: San Raimundo de Peñafort
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Texto del Evangelio (Jn 10,11-16): En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas».

«Yo soy el buen pastor»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, la oración colecta de la misa del santo del día reza así: «Oh Dios, que hiciste al presbítero san Raimundo insigne por su misericordia para con los pecadores y cautivos, concédenos por su intercesión, que, libres de la servidumbre del pecado, realicemos lo que te agrada». He aquí, pues, que nos encontramos ante un eminente jurista (canonista) —hombre de leyes— que destacó en la virtud de la misericordia.

¡Vaya contraste: hombre de leyes, hombre de misericordia! Ley y misericordia: podríamos tener la impresión de que son dos conceptos antagónicos. Sin embargo, en Jesucristo convergen las dos realidades: Él es la “Ley” («Yo soy el camino»), y la “Misericordia”. Libertad sí, y orden también. Con el lenguaje de Benedicto XVI: el “eros” (deseo) sin el “agapé” (caridad) degenera en un “eros loco”, un deseo esclavizador, aniquilador de la libertad personal. Por tanto, libertad sí, y orden también.

En efecto, hay una ley, un camino, pues el amor no es cualquier cosa o aquello que a cada uno le apetece (de hecho, hay amores que matan). El mismo Hijo de Dios es el “Logos” (“orden”), y tiene un “alimento” que es cumplir la voluntad del Padre: Él no ha hablado por su cuenta. Sí, hay un Camino, hay una Verdad; y a la vez hay la Misericordia para el hombre que reconoce que ha errado el camino. Por esto Cristo —igual que a la mujer sorprendida en adulterio— me pregunta: «—¿Ninguno te ha condenado? —Ninguno, Señor. —Tampoco yo te condeno, vete y a partir de ahora no peques más» (Jn 8,10-11). Para amar hay que ser libre, pero la libertad sin el orden de los valores acaba muriendo.

Detrás de aquella enorme tarea de ordenación y compilación de leyes y decretos canónicos, latía el corazón de un buen pastor, Raimundo de Peñafort, que brilló en misericordia, a la vez que como pastor responsable no de dejaba de mostrar las exigencias del amor: «Vuestra pureza merece y exige que vuestra inocencia sea purificada con sacrificios frecuentes; conviene que lo tengáis como un gran gozo y como una prueba de amor».