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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

21 de enero: San Fructuoso, obispo y mártir, y santos Augurio y Eulogio, diáconos y mártires
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1ª Lectura (Heb ):
Salmo responsorial:
R/.
Versículo antes del Evangelio (Jn ):
Texto del Evangelio (Jn 17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús elevó los ojos al cielo y rogó diciendo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada.

»Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad».

«Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado»

Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)

Hoy celebra la Iglesia en las diócesis de Cataluña la fiesta de san Fructuoso, obispo y mártir, y de sus diáconos mártires Augurio y Eulogio. Del martirio de los tres estamos bien informados por la Actas auténticas, en concreto, por la denominada Passió dels sants màrtirs Fructuós o Fruitós, Auguri i Eulogi. Murieron en la hoguera un día como hoy, el 21 de enero del año 259, bajo los emperadores Valerio y Galerio. Comienza la misa de estos santos con estas bonitas palabras, que sintetizan perfectamente su vida de entrega y amor en su servicio episcopal y diaconal: «Más encendidos por el amor de Cristo que por las llamas del fuego, Fructuoso, Augurio y Eulogio, como los tres jóvenes lanzados al horno, con alegría dieron testimonio de la resurrección que esperaban».

Todos los cristianos hemos de dar testimonio de Cristo. Incluso dando la vida misma si fuera necesario. «Si el grano de trigo no muere, queda solo» (Jn 12,24), es decir, no da fruto. Nuestros santos tarraconenses dieron mucho fruto a lo largo de sus vidas, como ministros de Cristo, con la palabra y la acción; pero al final lo dieron del todo, como tantos otros mártires de aquellos tiempos de persecuciones, entregando la vida en un cruel martirio. Ante el lloroso pueblo de Dios que asistía en el Anfiteatro tarraconense, Fructuoso los animaba diciéndoles: «No os faltará pastor, y el amor y la promesa del Señor no podrán fallar, ni en este mundo ni en el otro. Porque esto que estáis viendo es debilidad de una hora». Tarragona siempre ha destacado por sus buenos pastores.

Tertuliano, el escritor cristiano, había ya afirmado, pocos años antes, que «la sangre de los mártires es semilla de cristianos». Así sucedió enseguida en la ciudad imperial. El cristianismo, desde aquella Sede, se extendió rápidamente hacia otros lugares. ¡Qué bien nos viene recordar aquellos versos del poeta pre-cristiano romano Virgilio, aplicados a Fructuoso y a sus dos diáconos!: «Se pone ahí un renuevo de planta fructuosa / y no pasa largo tiempo, y un árbol gentil / hacia el cielo levanta su ramaje fértil / maravillándose la hoja nueva / y de unos frutos que no son suyos».

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «No os faltará pastor, ni el amor ni la promesa del Señor no podrán fallar, ni en este mundo ni en el otro. Porque esto que estáis viendo es debilidad de un momento» (San Fructuoso, mártir)

  • «Los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Para muchos, esto significó persecución. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro» (Francisco)

  • «(…) Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.749)