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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

7 de octubre: La Virgen del Rosario
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Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

«Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, bien entrados en el llamado “mes del Rosario”, celebramos a la Virgen bajo la advocación del Rosario. ¿Qué mejor manera de honrar a nuestra Madre que rezar el Rosario? ¡Tantas veces Ella misma se ha aparecido con “rosario en mano”! ¡A Ella le gusta! ¿Por qué? La razón es la siguiente: aunque pueda parecer que el rezo del Rosario es una manifestación de piedad mariana (desde luego, ¡lo es!), sin embargo su fundamento es cristológico, Jesús mismo. Dicho llanamente: el protagonista del Santo Rosario es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María Santísima.

En efecto, los diversos misterios del Rosario —gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos— son como “fotografías” de momentos emblemáticos de la vida de Jesús vistos desde la mirada de María. Por ejemplo: hoy contemplamos la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen María. Es muy importante el diálogo entre el divino mensajero y María; más importante es su “sí” («hágase en mí según tu palabra»: Lc 1,38). Pero ahí lo totalmente decisivo es la Encarnación del Hijo de Dios. El protagonista es Jesucristo; María actúa como un instrumento (junto con el “sí”, le presta su vientre).

Si ascendemos por el segundo misterio de gozo, la Visitación de María a su prima santa Isabel, puede parecer otra vez que la protagonista de la escena es Santa María, teniendo como co-protagonista a Isabel. Sin embargo no es así: el protagonista —como siempre— es Jesús (con apenas unos pocos días de existencia humana) y el co-protagonista es Juan Bautista (también en el vientre de su madre, ya de seis meses). Ellas dos son instrumentos para el primer acto profético del Nuevo Testamento: Juan señala al Mesías ya presente en este mundo.

Y así transcurre el rezo de toda esa devoción: los misterios son misterios de Cristo. Con razón, San Pablo VI dijo del Rosario que «es un compendio del Evangelio». Además, el “Avemaría” —reiterada alrededor de cada uno de esos misterios— contiene en su mismo corazón el nombre de Jesús. María es bendita entre todas las mujeres porque es bendito el fruto de su vientre: ¡Jesús!

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo» (San Juan Pablo II)

  • «El rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor» (San Pablo VI)

  • «‘Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte’. Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la ‘Madre de la Misericordia’, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos ‘ahora’ en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, “la hora de nuestra muerte”. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.677)