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Estimado/a amigo/a:

La Encarnación del Hijo eterno de Dios —Segunda Persona de la Santísima Trinidad— nos ha traído la salvación y, con ella, un conocimiento inaudito de la intimidad de Dios. “Inaudito” significa que “nunca se había oído”, es decir, que este hecho no tiene precedentes en la historia de la humanidad. ¡Nunca habíamos sabido tanto de Dios! (leer más).

Nos encontramos ante un “exceso de Revelación”, porque Dios no ha abierto su Corazón según la medida de lo que pudiéramos entender o corresponder. ¡No!, Él nos ha dicho incluso más de lo que podíamos captar. Eso no es un inconveniente, sino todo lo contrario: con humildad, ahí entrevemos la grandeza de Dios y su generosidad. ¡En el “no ver”, incluso, “vemos más”! ¡Dios es así! Es Amor sin límites y se nos da sin límites: en la Cruz, en la Eucaristía, en la Palabra…

«Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,12-13): el día de Pentecostés se cumplió esta palabra. «Estaban todos juntos —orando— en un mismo lugar» y vino impetuosamente —solemnemente— el Espíritu Santo (cf. Hch 2,1-2). Son una evidencia histórica los frutos de la llegada del Espíritu Santo: aquel mismo día, cerca de tres mil personas recibieron el bautismo… y hoy día —cada día, hoy mismo— muchas más. ¡El Espíritu Santo “trabaja” mucho y muy discretamente! (leer más).

Pero, ¿quién es, cómo es el Espíritu Santo? En palabras de Juan Pablo II, «se puede decir que Dios en su vida íntima “es amor” que se personaliza en el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo». El amor entre el Padre y el Hijo es tan grande (infinito) que ese mismo Amor es una Persona de rango divino: Amor Infinito (leer más).

El Espíritu Santo permanece como el “Dios escondido”, pero no “desconocido” para quien le habla: «El Espíritu Santo no tiene para nuestro consuelo la visión de una Persona divina viviente en medio de nosotros de forma humana, sino sólo la constatación de los efectos de su presencia y de su actuación en nosotros y en el mundo» (Juan Pablo II). El Amor Divino actúa tan profundamente que, si somos dóciles a su soplo, acaricia y configura nuestros pensamientos y los actos de nuestra voluntad, hasta el punto de convertirse en el “alma de mi vida” (leer más). Él puede ser el Gran Amigo y el Gran Intimo de mi vida, enviado como Amor del Padre y del Hijo. ¡Más no se puede pedir!

Antoni Carol i Hostench, pbro.

(Coordinador general de evangeli.net)

 

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