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La Cruz a cuestas, camino del Calvario
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La Cruz a cuestas, camino del Calvario
Nos acercamos al “culmen” de la vida de Jesús (y de los Misterios del Rosario). Los Misterios Dolorosos llegan a su máxima intensidad cuando entra en escena el gran tema: la Cruz… En el 4º Misterio de Dolor ya aparece la Cruz (de momento, sobre las espaldas del Señor): ¡empieza el Via Crucis! En este trayecto, probablemente, la Virgen tuvo la ocasión de ver de cerca a su Hijo y dirigirle algunas palabras…
En la Cruz se concentra la historia de la salvación. Pero, en todo caso, la Cruz está esencialmente asociada a la Resurrección: no hay Resurrección real si antes no hay “muerte (real) en Cruz”; a su vez, la “muerte en Cruz” no tendría ninguna fuerza salvadora (con horizonte de eternidad) si no fuera superada por la Resurrección (ampliación: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él»).
1º) «—¿Qué queréis que haga con el Rey de los Judíos? Ellos volvieron a gritar: —¡Crucifícalo!» (Mc 15,12-13). El gobernador, Poncio Pilato, actuó frívolamente: «—¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38), respondió irónicamente cuando Jesús trató de hacerle reflexionar. En consecuencia, sin atender a la Verdad, y viendo que Jesucristo era inocente, hizo una oferta absurda a la gente: elegir entre Barrabás y Jesús. Ellos, enloquecidos y obsesionados, ¡eligieron a Barrabás! (ampliación: Valentía por la verdad). No podemos ni imaginar el dolor de la Virgen: a pesar de sus esfuerzos por defenderle, su Hijo le estaba siendo definitivamente arrebatado…
Han elegido a Barrabás y el gobernador ya no sabe qué hacer. «—¿Qué mal ha hecho?» (Mt 27,23). Respuesta: «—¡Crucifícalo, crucifícalo!» (Lc 23,21). Ya no hay reflexión en nadie: están como colectivamente enloquecidos (ampliación: «Era de noche»). San Juan —en su “Prólogo”— rinde homenaje al Verbo Encarnado, pero lo hace declarando toda la verdad: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). ¡Ésa es la vida de Cristo! «La vida de Cristo está bajo el imperativo del ‘sufrir mucho’ (Mc 8,31)» (H.U. von Balthasar). María ya estaba advertida: su Hijo iba a ser «signo de contradicción» (Lc 2,34). Siglos después, eso sigue siendo así, y quizá siga siendo así hasta la consumación de los siglos. ¡Sólo Dios lo sabe! (¡otro misterio!).
2º) «Pilato (…) tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo: —Soy inocente de esta sangre» (Mt 27,24). La frivolidad no lleva a buen puerto. Ha habido incontables juicios injustos (¡falsos!) a lo largo de la historia, pero lo de Poncio Pilato fue del todo surrealista: nunca alguien había sido declarado inocente y, a la vez, condenado a muerte («¡y muerte de cruz!»: Flp 2,8). Finalmente, «se llevaron a Jesús. Y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera» (Jn 19,16-17). En fin, «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,19)… (ampliación: El “celo de la Cruz”: amor que se entrega).
3º) «Nosotros predicamos a Cristo crucificado (…), fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23-24). Poco podía imaginar Pilato que, con su proceder frívolo y utilitarista —despreciando la Verdad—, iba a ser instrumento de lo más verdadero, de lo más radicalmente decisivo y definitivo: en palabras de san Pedro, «llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado…» (1Pe 2,24). ¡En su cuerpo sobre la Cruz! ¡Éste es el tema! (ampliación: «Aquí hay algo más que Salomón (…); y aquí hay algo más que Jonás»).
En cuanto a la respuesta de los judíos —«¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mt 27,25)— mejor si se la hubiesen ahorrado: en el año 70 las tropas del general Tito asediaron Jerusalén y no dejaron «piedra sobre piedra» (Lc 21,6). «De Dios nadie se burla» (Gal 6,7).
4º) «Él tomó sobre sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores» (Is 53,4). El cristianismo entero (y no sólo san Pedro), desde su primera generación, estuvo completamente convencido de todo este tema (ampliación: El dolor en clave cristiana). Hay innumerables pasajes neo-testamentarios al respecto. Y los avisos de Jesús (acerca de la Pasión) fueron claros y reiterados (ampliación: «¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra?»). Pero es que, además, la “música” venía de lejos: Isaías, por ejemplo, fue absolutamente explícito al respecto (la cita de Pedro que hemos transcrito más arriba no hace más que “calcar” Is 53).
No debiera sorprendernos la unidad (continuidad) entre Antiguo y Nuevo Testamentos: no cambian los conceptos (ampliación: La Pasión de Cristo). Pero sí hay una novedad: «La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito» (Benedicto XVI). Ya no es la “carne” de los primogénitos de Egipto, ni la carne de los animales sacrificados en expiación, ni se trata de la “carne” de los Santos Inocentes: es la “carne” del Dios encarnado, y es “carne crucificada” (en expresión “cruda” —pero realista— de san Juan Pablo II).
24 de noviembre
Domingo 34 del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (B)
Vídeo del Evangelio y comentario
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