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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre escatológico
    1. El Cuerpo de Cristo transfigurado

Poco antes del drama de su Pasión, el Señor quiso fortalecer a sus discípulos con la Transfiguración de su Cuerpo. Para amar se necesita la esperanza y, por eso, Cristo permitió por unos instantes que su Cuerpo reflejara —mediante un encantador resplandor de luz— la gloria de su divinidad. Esta maravillosa escena también coronará nuestra visión esperanzada del amor del hombre escatológico.

Hasta ahora hemos contemplado el Cuerpo de Cristo resucitado, que no es exactamente lo mismo que hablar del Cuerpo de Cristo en estado glorioso. La escena de la Transfiguración del Señor nos ofrece la imagen más cercana de lo que puede ser un cuerpo humano en estado glorioso y, lo que todavía es más importante, nos muestra las características más significativas del amor del hombre escatológico.

Tal como nos lo cuenta san Lucas (y los versículos paralelos de los otros dos evangelios sinópticos), Jesús «tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió a un monte para orar. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente. Y he aquí que dos hombres estaban conversando con Él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que había de cumplirse en Jerusalén» (Lc 9,28-312). Éste es el momento de añadir alguna cosa más sobre la situación del cuerpo en la eternidad amorosa, ya que «en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios “cara a cara”, participará también, a su modo, el cuerpo humano» (AG 9.XII.81, 4).

La teología, apoyándose en la Revelación, enseña que los cuerpos humanos resucitados para vivir en el estado de eterna comunión con Dios, quedarán profundamente transformados (ya que serán espirituales, incorruptibles e inmortales), gracias a una serie de cualidades especiales que recibirán. En primer lugar, la impasibilidad, por la que no podrán sufrir ninguna molestia o mal. Además, la sutileza, gracias a la cual el cuerpo vivirá una perfecta armonía con el alma (le estará totalmente sujeto), sin las dificultades que a menudo experimentamos en esta vida. En tercer lugar, se habla de la agilidad, cualidad que permitirá que el cuerpo se pueda mover según desee el espíritu, sin que ningún obstáculo material pueda interferir. Finalmente, el aspecto que aparece más inmediatamente en la escena de la Transfiguración del Señor; la claridad, es decir, una suerte de resplandor corporal maravilloso que será otra cosa que el reflejo corporal y sensible de la “divinización” de los cuerpos de los justos.

Como se ve, todos éstos son factores de discontinuidad, que, como siempre, no harán otra cosa que favorecer y perfeccionar el amor del hombre escatológico. Lógicamente, toda esta información —por cierto, de un nivel ya bastante gráfico— tampoco nos permite imaginar el cielo, ya que de estas cualidades que contemplamos en las escenas evangélicas no tenemos experiencia directa. Con todo, nos ayuda a intuir la potenciación del amor que el hombre escatológico experimentará por comparación con el hombre histórico.

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