Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)
Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros.
Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata.
¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca!
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón.
Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos.
«No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Rev. D. Valentí ALONSO i Roig (Barcelona, España)Hoy, el Evangelio nos vuelve a revelar el corazón de Dios. Nos hace entender con qué sentimientos actúa el Padre del cielo en relación con sus hijos. La solicitud más ferviente es para con los pequeños, aquellos hacia los cuales nadie presta atención, aquellos que no llegan al lugar donde todo el mundo llega. Sabíamos que el Padre, como Padre bueno que es, tiene predilección por los hijos pequeños, pero hoy todavía nos damos cuenta de otro deseo del Padre, que se convierte en obligación para nosotros: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3).
Por tanto, entendemos que aquello que valora el Padre no es tanto "ser pequeño", sino "hacerse pequeño". «Quien se haga pequeño (...), ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). Por esto, podemos entender nuestra responsabilidad en esta acción de empequeñecernos. No se trata tanto de haber sido uno creado pequeño o sencillo, limitado o con más capacidades o menos, sino de saber prescindir de la posible grandeza de cada uno para mantenernos en el nivel de los más humildes y sencillos. La verdadera importancia de cada uno está en asemejarnos a uno de estos pequeños que Jesús mismo presenta con cara y ojos.
Para terminar, el Evangelio todavía nos amplía la lección de hoy. Hay, ¡y muy cerca de nosotros!, unos "pequeños" que a veces los tenemos más abandonados que a los otros: aquellos que son como ovejas que se han descarriado; el Padre los busca y, cuando los encuentra, se alegra porque los hace volver a casa y no se le pierden. Quizá, si contemplásemos a quienes nos rodean como ovejas buscadas por el Padre y devueltas, más que ovejas descarriadas, seríamos capaces de ver más frecuentemente y más de cerca el rostro de Dios. Como dice san Asterio de Amasea: «La parábola de la oveja perdida y el pastor nos enseña que no hemos de desconfiar precipitadamente de los hombres, ni desfallecer al ayudar a los que se encuentran con riesgo».
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Soy un alma muy pequeña que sólo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas» (Santa Teresita de Lisieux)
«¿En qué consiste exactamente este ser niños? En el sentido de Jesucristo, significa aprender a decir “Padre”. Sólo si conserva la existencia filial vivida por Jesús, puede el hombre entrar con el Hijo en la divinidad» (Benedicto XVI)
«Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: ‘De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños’ (Mt 18,14) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 605)