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Contemplar el Evangelio de hoy

Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)

21 de febrero: San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia
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Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido».

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».

«¡Todo es posible para quien cree!»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy celebramos a san Pedro Damián (1007-1072), monje, reformador y doctor de la Iglesia, cuya vida fue un ardiente testimonio de penitencia, oración y amor inquebrantable por la verdad. En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús se lamenta: «¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros?» (Mc 9,19). Este clamor resuena con fuerza en la misión de Pedro Damián, quien luchó contra la tibieza espiritual de su tiempo con una vida de austeridad y palabra profética.

La escena evangélica presenta a un muchacho poseído, símbolo de una humanidad desgarrada por el mal, incapaz de liberarse con sus solas fuerzas. El padre del chico clama: «Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros» (Mc 9,22). Jesús responde con una invitación radical a la fe: «¡Todo es posible para el que cree!» (Mc 9,23). San Pedro Damián vivió esta fe con vehemencia, convencido de que la renovación de la Iglesia pasaba por la conversión profunda de cada alma. Su vida monástica, marcada por el ayuno, el silencio y la oración, fue una súplica constante: «Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24). Llamaba a la celda del eremitorio “locutorio donde Dios conversa con los hombres”.

Él no separó contemplación y acción: desde la soledad del eremitorio de Fonte Avellana escribió cartas y tratados en defensa de la disciplina eclesial, sin temer denunciar el pecado dentro y fuera del clero. Como diría el papa León XIV: «La coherencia de vida es una forma concreta de contribuir a mejorar la sociedad».

Jesús enseña que «esta clase [de demonios] no puede ser arrojada sino con oración y ayuno» (Mc 9,29). San Pedro Damián entendió que sin lucha interior, sin cruz, no hay renovación: «Oh bendita cruz —exclama—, te veneran, te predican y te honran la fe de los patriarcas, los vaticinios de los profetas, el senado juzgador de los Apóstoles, el ejército victorioso de los mártires y las multitudes de todos los santos».

Hoy, su testimonio nos interpela: ¿vivimos la fe como fuego ardiente o como rutina? ¿Oramos con el alma o solo con los labios?

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores» (San Pedro Damián)

  • «Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy» (León XIV)

  • «La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen del Hijo Único del Padre. Esta vocación reviste una forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; pero concierne también al conjunto de la comunidad humana» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.877)