Un equipo de 200 sacerdotes comenta el Evangelio del día
200 sacerdotes comentan el Evangelio del día
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy + homilia (de 300 palabras)
»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’.
»O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
«El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)Hoy, celebrando la memoria de san Ignacio de Loyola (1492-1556), tomamos conciencia de que los tiempos siempre son “tiempos de Dios”. La época de san Ignacio —como tantas otras— no fue fácil ni para Europa ni para la Iglesia: décadas en las que los papas residieron en Aviñón (sometidos a Francia); el cisma de Occidente (con tres papas a la vez, cada uno de ellos pretendiendo ser el auténtico)… hasta desembocar en la reforma protestante.
Paradojas de la vida, Ignacio de Loyola y el reformador Martín Lutero (+1546) fueron plenamente coetáneos y coincidentes en el tiempo. Pero, qué distinta fue la reacción —la “reforma”— de cada uno. En realidad, no hay mejor reforma que la de identificarse con Jesucristo: «El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,27). Jesús humilde, pobre, obediente, misericordioso… Durante la pasión, el silencio y la discreción fueron su “protesta”.
Ignacio de Loyola vivió años de vida cortesana, soñando con aires de grandeza —podríamos decir— “caballeresca”. Pero la obligada convalecencia, como consecuencia de una herida de guerra, fue la providencial ocasión para leer reposadamente la vida de Jesucristo y la de algunos santos: ¡he ahí los auténticos reformadores! Esto le “despertó” el espíritu: «¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?», comenzó a preguntarse.
Los nuestros son también tiempos necesitados de “reforma”: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!» (Papa Francisco). No hay alternativa: «Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Ante los poderes fácticos —no lo olvidemos— nuestra fuerza es de Dios. He aquí que san Ignacio —despojándose de cosas y sueños— comenzó a entregarse a la vida de oración y a la atención de los demás. En ese camino se le juntaron unos cuantos compañeros con los que fundó la Compañía de Jesús, ¡una fundación que ha canalizado incontables frutos dentro de la Iglesia!
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Para aquellos que creen, ninguna prueba es necesaria. Para aquellos que no creen, ninguna cantidad de pruebas es suficiente» (Sant Ignacio de Loyola)
«El sueño de Dios para Ignacio no se centraba en Ignacio. Se trataba de ayudar a las almas. Era un sueño de redención, un sueño de salir al mundo entero, acompañado de Jesús, humilde y pobre» (Francisco)
«(…) La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el ‘conocimiento interno del Señor’ para más amarle y seguirle (San Ignacio de Loyola)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.715)