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Jesús en los Misterios del Rosario
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Misterios de Gozo
- La Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen
El 4º Misterio de Gozo es el “misterio solemne”: ¡el Templo de Jerusalén llevaba casi un milenio esperando a Dios! Aquél día —el de la Presentación y Purificación—, por fin, el Templo pudo recibir a Dios en Persona, y aquélla fue una jornada de gran solemnidad (aunque con poco ruido; muy pocos lo notaron) (ampliación, Simeón le tomó en brazos).
1º) «Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos» (Lc 2,22). La escena ocurre 40 días después del nacimiento de Jesús. Antes, a los 7, ya habían circuncidado al Niño poniéndole el nombre de “Jesuá” (=el que salva). Ahora acuden puntualmente al Templo. ¿Purificación? ¿De quién?
Humanamente hablando, podían haber esquivado esa subida al Templo: no era estrictamente necesario hacer todo ese ritual allí y, por una “prudencia” comprensible, podían haber decidido mantenerse lejos de Herodes… Desde el punto de vista teológico, ni Jesucristo tenía que ser rescatado ni la Virgen necesitaba purificación. Pero, ¡ahí les vemos! (ampliación: Simeón entonó el canto de acción de gracias): Ella haciendo cola entre las mujeres que se someten al ritual de la purificación; y Jesús que será “rescatado” mediante el sacrificio de «un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor» (Lc 2,24).
2º) «Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción’» (Lc 2,34). ¡Ahí está la auténtica purificación!: a María —la “mujer” de las bodas de Caná, la “mujer” del Calvario— se le anuncia que deberá desprenderse de su Hijo —le será “arrebatado”— para la salvación de muchos. Nadie lo ve (¡sólo Simeón y José!), nadie lo nota, ¡pero duele!: «¡A ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). El piadoso Simeón le confirma a María que Jesús mismo es el RESCATE (de la humanidad) (ampliación, «Han visto mis ojos tu salvación»).
Y, en efecto, en el Calvario, Jesucristo es sacrificado como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Para liberar al Antiguo Israel de la esclavitud de Egipto, al Faraón le fue arrebatado su primogénito; para liberar al Nuevo Israel de la esclavitud del pecado a María se le “sustrae” su primogénito Jesús (que, sobre todo, es el Unigénito del Padre) (ampliación: «Una espada traspasará su alma»).
3º) «Había también una profetisa, Ana (…); hablaba del niño a todos los que esperaban la redención» (Lc 2,38). Al final de todo vemos que aquellos corderos sacrificados en aquel templo eran sólo un anuncio del auténtico Cordero de Dios; y que aquel templo en el que se sacrificaban los corderos era sólo una sombra del verdadero TEMPLO de Dios: Jesucristo, el Templo destruido por el odio de los hombres y reedificado —en tres días— por el Amor de Dios (ampliación: Jesús es el nuevo Templo).