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Mujer y Varón (Teología del cuerpo de Juan Pablo II)

  1. El amor del hombre de los orígenes
    1. Dios habla de sexualidad por primera vez

La Palabra de Dios experimenta un doble cambio cuando se dispone a crear al hombre. Además de comenzar expresarse en primera persona del plural (como ya hemos destacado anteriormente), en segundo lugar, habla de cosas que, durante los días anteriores de la creación, no había ni mencionado. Notemos que desde el día quinto (es decir, mucho tiempo antes de la llegada del ser humano) ya existían otros vivientes sexuados, pero la Palabra de Dios no hacía ninguna mención de ello, porque no tenía ninguna relevancia: la diferenciación macho-hembra no era más que un medio de reproducción con vista a la supervivencia de la especie. Pero la dimensión afectivo-sexual no es para nosotros un simple mecanismo de “procreación” (no de “reproducción”, como algunos dicen), sino que, al mismo tiempo, es ámbito privilegiado de ternura y de intimidad, o bien —con palabras de Juan Pablo II— «substrato peculiar de la comunión personal» (AG 4.VI.80, 3).

La Biblia, en la versión hebrea más primitiva, cuando en Gn 4, 1 se refiere al acto conyugal, lo hace afirmando que «el hombre “conoció” a su mujer». Es decir, aquello que para los irracionales no es más que una acción meramente corpórea, para los hombres se trata de una realidad llena de profundo sentido espiritual: «Es significativo que la situación en la que marido y mujer se unen tan íntimamente entre sí que forman “una sola carne”, se defina como un “conocimiento”» (AG 5.III.80, 2).

La sexualidad humana no es un simple atributo; es mucho más: la sexualidad es un aspecto constitutivo de la persona (cf. AG 21.XI.79, 1), ya que permite al hombre amar y amar como el mismo Dios lo hace, es decir, mediante una inefable comunión de personas, viviendo una misma vida. En fin, el hombre puede y ha de pasar desde la comunión de los cuerpos a la comunión de los espíritus (cf. CF 8).

«Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios» (CEC 2335). Es decir, el amor divino —el amor que nosotros estamos llamados a revivir como hijos de Dios— es esencialmente fecundo (basta con ver la inmensidad del universo), y, a la vez, tierno (es suficiente con recordar la pequeñez del Niño Jesús o la paciencia y discreción del Señor en la Cruz). El hombre y la mujer, a diferencia de Dios, tienen cuerpo, y es gracias al significado especial que tiene su sexualidad, que pueden imitar también corporalmente la ternura y la fecundidad del amor divino.

Este sentido especial de la sexualidad humana otorga a nuestro cuerpo —en palabras de Juan Pablo II— un significado esponsalicio. En efecto, el cuerpo de un ser humano no es un cuerpo de individuo sin más (como podría serlo también el cuerpo de un perro dentro de su especie). Es el cuerpo de una persona que, como tal, tiene interioridad (inteligencia y voluntad): es, en definitiva, un cuerpo pensado para “rezumar” el yo personal, un cuerpo apto para la comunicación y proyectado para la donación (cf. AG 19.XII.79, 4). Ciertamente, «Ciertamente, es posible “describir” el cuerpo humano con la objetividad propia de las ciencias naturales; pero dicha descripción —con toda su precisión— no puede ser adecuada (...), pues no se trata sólo del cuerpo, entendido como organismo, sino del hombre que se expresa a sí mismo por medio de ese cuerpo» (AG 4.II.81, 2).

Si, como ya se ha dicho, toda criatura es un don del Creador («incorpora en sí el signo del don»), con mucho mayor motivo hay que afirmarlo del hombre, ya que sólo a él Dios lo ha amado por sí mismo. Pues bien, es gracias a este cuerpo “personalizado” que la persona puede llegar a hacerse un don para los otros (tal como lo son las Personas divinas). Así, «el hombre, al que Dios ha creado “varón” y “mujer”, lleva impresa en el cuerpo, desde el principio, la imagen divina; varón y mujer constituyen como dos diversos modos del humano “ser cuerpo” en la unidad de esa imagen» (AG 2.I.80, 2).

En fin, para la Humanidad, la sexualidad no puede ser un tema tabú, sino que se trata de un tema sagrado. Por eso, hay que tratar de ello (porque no es tabú), pero conviene tratarlo con delicadeza (porque es sagrado).

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