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Jesús en los Misterios del Rosario

  1. Misterios de Gozo
    1. El niño Jesús perdido y hallado en el Templo

El “Niño perdido y hallado en el Templo” es el “misterio sorpresa”: Jesús desconcierta a todos. Por primera vez, manifiesta consciente y explícitamente —con palabras y hechos— su condición divina… Para Él, además, aquellos fueron unos días de un gozo indescriptible: por primera vez entraba en el Templo, la casa de su Padre, siendo consciente de ello. Y, de hecho, ahí se quedó… (introducción: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre).


1º) «Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41). La familia de Jesús —la Sagrada Familia— es practicante y observante de la Ley (ampliación: ¿Qué religión aprendió y practicó el Niño Jesús?). Llama la atención su generosa piedad: Santa María y san José —¡los dos, el matrimonio!— subían al Templo cada año, sin faltar nunca a esa cita (las mujeres y los niños no estaban obligados). Eso implicaba “renunciar al Niño” dejándolo unos días —casi dos semanas— con alguien de confianza en Nazaret: ¡para la Virgen era un sacrificio enorme!

2º) «Cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre» (Lc 2,42). Se comprende la alegría de María: por fin, podía peregrinar toda la familia unida y no tenía necesidad de desprenderse de su Hijo para ir a Jerusalén. Y, sin embargo…

Como vemos, Jesús fue educado en la religión de sus padres. ¡Lógico! ¿Qué idioma hablaba Jesucristo? El de sus padres. ¿Qué comida? La de sus padres. ¿Qué religión? La de sus padres. Años más tarde, Jesucristo fundó otra religión (ampliación: Fidelidad y novedad en la doctrina de Jesús). Pero, ¿habría podido fundar el cristianismo si sus padres no le hubiesen enseñado a rezar como judío que era?

3º) «El niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtiesen sus padres» (Lc 2,43). Que no lo advirtieran sus padres no es ningún misterio: lo que no entendemos es por qué Jesús no se lo advirtió a ellos. Evidentemente, Él era consciente de lo que hacía y de lo que ocurriría... ¿Por qué lo hizo? ¡Gran misterio! En todo caso: Él es Dios y —por primera vez— se encuentra en su “Casa”, con pleno conocimiento de causa (ampliación: «Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros»). Y aprovecha para “crecer” preguntando y debatiendo con los doctores de la Ley. Un niño en medio de los doctores (cf. Lc 2,46): ¡algo inédito e inimaginable! Es Dios y, sin embargo, su Santísima Humanidad se abre paso hacia la madurez. Quiere avanzar como cualquier otro humano: rezando, estudiando, preguntando

4º) «Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo» (Lc 2,46). Permaneciendo dentro del misterio, empezamos a entrever la sombra del Sepulcro: María va a experimentar lo que es vivir con “Jesucristo desaparecido” durante tres días (ampliación: Jesús, el “verdadero Jonás”). Ella lo iría descubriendo poco a poco, pero Dios ya la estaba preparando para cuando llegara “la hora” (cf. Jn 12,23; Mt 26,45).

5º) «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). ¡Estas palabras de la Virgen son de un valor incalculable! Nos sentimos muy identificados con Ella (ampliación: Hijos de Dios: confianza en la providencia divina): María angustiada, María desconcertada, María preguntando —casi quejándose—, María delicada y preocupada también por su marido (¡José también se angustió!). ¿Por qué? Jesús, ¿por qué? (ampliación: Dios no se deja someter a experimentos).

6º) «¿Por qué me buscabais?» (Lc 2,49). Cuando María pregunta “por qué” y Jesús le responde con otro “por qué”, en realidad, estaba como respondiéndole: “No tienes derecho a hacerme esta pregunta”… ¡Desconcierto sobre desconcierto! Probablemente, lo que ocurre es que a Dios le podemos pedir todo menos el “por qué” de las cosas. De todas formas, Dios no actúa “porque sí”, es decir, arbitrariamente. Él tiene sus razones y a la vez hemos de aceptar que «mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Is 55,9). Los santos intuyen esas razones, aunque no sin rezar, estudiar y preguntar… (ampliación: ¿Dónde estaba Dios?).

7º) «¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre (Lc 2,49). He ahí una razón de peso, he ahí el punto de vista del Hijo divino: el Padre. ¡La voluntad del Padre! «Enséñanos a orar» (Lc 11,1), le pidieron. «Orad de esta manera: ‘Padre nuestro (…), hágase tu voluntad’» (Mt 6,9-10), respondió Él. En todo caso, como afirmó Benedicto XVI en alguna ocasión: «Sólo Dios es Dios» (ampliación: Los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael).

8º) «Ellos no comprendieron lo que les dijo» (Lc 2,50). Los misterios son misterios, aunque a veces, con oración, experiencia y tiempo podamos penetrar en ellos. Así les sucedió a José y María: en aquel momento «no comprendieron». Y, ¿qué hicieron? Callar, aceptar, ponderar… Y todo siguió igual: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2,51). Aunque, en realidad, no todo siguió exactamente igual: «Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). Santa María —junto a su esposo— trabajaba la fe… Así María ya no volvió a preguntar “por qué”: ni en las bodas de Caná de Galilea, ni en el Calvario… ¡Aceptó ser nuestra madre sin preguntar por qué! ¡Dejemos que Dios sea Dios! (ampliación: Dios “deja hacer” pero “no nos deja”).